Ayer fue mi primer día de trabajo. No había pasado tantas horas lejos de ellos en casi siete meses, y fue duro. Por más que entrené la semana previa saliendo unas horas por la mañana para ir acostumbrándome, no lo logré. No pude despedirme de ellos sin derramar una lágrima al salir de la casa.

Una breve despedida
Sé que muchas mamás pasan por esto y con algo de tiempo lo superan y van a sus trabajos tranquilas y confiadas sabiendo que sus hijos estarán bien y esperando felices el final del día. Pero el proceso de adaptación toma tiempo, y yo me encuentro en esa etapa en donde una piensa que todo cambiará ahora. Pienso que estarán tan distraídos que no pensarán en mí, tal vez llegue el fin de semana y no quieran estar conmigo sino con las personas que los cuidan a diario, tiemblo de pensar en que llegaré a la casa y no me recibirán con una sonrisa sino con un clarísimo «y tú quién eres?» aunque aún solo digan «baba abu abué», cosas que pasan solo en mi loca cabeza. A caso quiero que me extrañen para sufrir? No, nada de eso! Si no me extrañan mejor! Así ellos la pasan bien y comen toda su comida mientras yo me gano los frijoles para que ellos puedan llevar la vida que merecen.
El día no se pasó tan rápido, tuve muchas cosas que hacer como todo primer día: capacitaciones, reuniones, presentaciones además de todo lo que debía poner en orden e indicar los caminos nuevos que podríamos emprender; ellos no salían de mi cabeza. Me admiré una vez más de la capacidad que tenemos las mujeres para hacer mil cosas mientras pensamos en otras mil más. Somos lo máximo.
Entre algunas cosas, esta semana ha sido perfecta para empezar, mis sobrinas aún están de vacaciones y son dateras por excelencia. Mi teléfono está lleno de fotos, videos, número de onzas, pañales, cacas y miles de datos que me interesan como mamá. Tengo un cuaderno en donde apunto y he pedido que ahora que no estoy apunten con más detalle, pero no es lo mismo que me vayan contando cómo va todo en ese preciso momento. El lado oscuro de todo es que el lunes arrancan colegio, así que perderé a mis dateras perfectas al menos hasta la tarde. Felizmente han prometido que si no tienen tareas irán a visitar a sus primos.
Llegó la hora de regresar a mi casa y solo sentía nervios y mariposas en la barriga. Necesitaba verlos y abrazarlos como si no los hubiera visto en años. Sentía que habían pasado siglos para ser sincera. Me dejaron en una tienda a unas cuadras de mi casa y me compré una botella de agua para caminar. Agilizaba el paso y como si fuera la más tontísima del mundo mis ojos se hacían aguita mientras me acercaba más y más, no podía esperar más, quería que mis pies volaran hacia ellos y por fin tenerlos conmigo. Llegué y entré como un tornado para verlos. Fue un saludo lleno de amor y ternura, al escuchar mi voz voltearon con una gran sonrisa y se cogían los ojitos sonriendo para volver a verme después. Uno por uno los cargué y los abracé como nunca. Les conté al oído que yo les había prometido que solo serían unas horitas lejos, y que todos los días serían así, que esto lo hacía por ellos, para darles lo mejor y verlos crecer bien. Tal vez no me entiendan, pero basta con que sus miradas se claven en las mías para sentirme realizada completamente.
Confieso que me pone un poco triste pensar en las mil cosas que me perderé por no estar a su lado las 24 horas como lo he estado hasta hoy, confieso que me pone nerviosa que algo pase estando lejos y no poder volar a su lado en un minuto, confieso que cuando llegué a la casa por un segundo tuve miedo que no me saludaran siquiera, confieso que emprender algo nuevo no solo ayudará en el tema económico a la familia, sino también me ayudará a mí para mantener la cabeza en otros temas y respirar un poco para regresar con las pilas más que recargadas. Confieso también que volver a trabajar, muy en el fondo me genera un cargo de conciencia un tanto pesadito por dejarle dos paquetes diarios a mi mamá. Pero entiendo, y creo que el tiempo se va a encargar de enseñarme a cómo sobre llevar cada una de las ideas que confieso.
Hoy es martes, y aún falta para el fin de semana. Más vale que abra las cortinas para que entre mucho más luz!
Felicidades marité, sin duda un paso duro pero valiente por tomarlo. Un abrazo.
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Gracias MU! Aquí estoy sobreviviendo. Pero poco a poco irá tomando forma, espero!
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la mamá es la mamá, por más que te ausentes ellos siempre te esperarán, saben el sonido de tu voz, tu olor, saben todo de ti, así que por más que se queden con otra persona siempre estarán esperando por ti. Ya me imagino tener que dejarlos, pero así es la vida. Mi hijo también es medio antisocial y ahora no quiere regresar al nido. Empieza el jueves y me da penita dejarlo tan temprano. Le voy a comprar un juguete para que no llore, pero aún así se me rompe el corazón.
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Me hiciste llorar con eso Edu. Espero que ellos me esperen cada día así como yo lo hago para llegar a mi casa!
Beso!
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Me encanta cómo escribes Marite, cada vez que leo tus experiencias me haces llorar
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Gracias Yuli!!! Qué lindo verte por aquí!
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Tan pequeñitos y ya saben de despedidas-
Créeme que en estos pocos meses has dejado grabada en sus mentes tu huella, siempre te extrañarán y esperarán.
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Elmo, espero! En serio sufro porque pienso que ni se acuerdan de mí en el día!
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