¿Pueden volver a mi panza?

Cada mañana antes de salir de la casa me acerco a cada una de las cunas (porque ahora duermen separados), y les acaricio la cabecita, les hago la señal de la cruz y les digo que en un ratito vuelvo. Dormiditos aún, sé que igual me escuchan. Hoy, no soporté y me metí a sus cunas para darles un besito. Generalmente los tengo más cerquita y puedo estirarme y darles un besito, pero hoy no podía irme sin hacerlo y como estaban pegados al otro extremo, me metí. Duró solo unos segundos pero deseé tanto que se hagan eternos, quise quedarme ahí para siempre. Y es que cuando los veo, simplemente muero.

Ya en la oficina veo las fotos que tengo en mi escritorio y pienso en qué estarán haciendo, tampoco puedo estar llamando todo el día porque cualquiera se aturde, y no quiero que los descuiden ni un solo segundo. La mañana se hace eterna hasta que me mandan las fotos de su almuerzo, me alegra mucho ese momento porque significa que pasamos la primera parte del día y bien! Solo queda un tramo más para volvernos a encontrar.

Al llegar a casa, el ritual de siempre, me olvido de todo y me tiro al suelo para que hagan conmigo lo que se les de la gana. Solo hay un pequeño problema, no tengo cuatro brazos y cada día es el mismo conflicto interno por ver a quién agarro primero. Al final termino con los dos pegados, pero se pelean por quienes e arrastra primero hasta mis brazos para ser cargados. Los apachurro, los estrujo, los lleno de besos, los presiono contra mi pecho como si quisiera meterlos otra vez en mi panza. Es increíble ver cómo me sonríen a los lejos mientras los saludo y me quito los zapatos para irme directo con ellos.

Justo ayer, cuando ya dormían y tenía unos segundos para tirarme en la cama antes de la leche «última» de la noche pensaba en lo mala que me sentía. Mala de corazón porque me siento agotada. Quisiera tirarme en ese suelo a jugar con ellos y gatear detrás de uno y detrás de otro, levantarlos y hacerlos volar mientras se ríen haciendo sonidos de avioncito, hacerles cosquillas y besarle cada centímetro de su cuerpito antes de cada baño, pero sin estar cansada. Quisiera hacerlo sin un horrible y molestoso dolor de cabeza que me taladra de vez en cuando, sin ese dolor de cintura que me hace respirar profundo antes de cada cargada. Pero quiero que ellos sientan que lo hago con todo el amor del mundo, con unas ganas locas que llegue el fin de semana y poder hacer eso por dos días completos. Aunque empiece la semana más cansada que cuando termina, pero no me importa nada. Solo estar con ellos y demostrarles que el tiempo que puedo darles es mi mejor tiempo, es mi mejor momento, esas horas que espero durante el día entero para poder llegar y abrazarlos como si acabaran de salir recién de mi pancita.

Cansada o no, disfruto cada momento, cada rabieta, cada llamada de auxilio en la madrugada, cada cabezazo en la boca y cada susto con salvada antes de caer en el suelo luego de un intento por caminar. Sé que esos momentos pasan rápido y no vuelven, por eso los vivo y los guardo muy adentro de mi corazón. A veces cuesta un poco pero luego, cuando los tengo en mis brazos ya sea dándoles su biberón o sea acercándonos juntos al espejo para reírnos de nuestras muecas, todo vale la pena. Cada noche en vela, cada interrupción al libro que sigue en la página 80 hace varias semanas, cambio de pañal, cada rabieta… absolutamente cada segundo con ellos, vale la pena.

Que sigan pasando las horas, yo seguiré esperando como cada día, la mejor hora del día. La hora en que nos volvemos a encontrar para ser felices de verdad.

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