Es un poco extraño sentir ese temor, pero lo siento, debo decirlo. Creo que el salir de la casa cuando ellos aún están dormidos me tiene un poco triste. Además de preocupada, me voy con el corazón en la mano viéndolos dormiditos sobre su cuna, me acerco con dificultad por las barandas que se meten en mi camino, a veces hasta me meto a su cuna y los apachurro dandoles besitos en la frente y en sus manitos diciéndoles lo mucho que los extrañaré durante el día, les digo que se porten bien, y que Dios los cuide y los proteja a cada segundo. Con quejas y cejas de cangrejo se soban la carita y vuelven a dormir. Ellos se quedan ahí, y yo salgo a empezar mi día, por ellos. Recuerdo cada minuto que todo esto es por ellos y que son la única razón por la que salgo con fuerza (y a veces con lágrimas en los ojos) a pensar en cómo seguir creciendo para ser mejor. Mejor mamá, mejor esposa, mejor profesional, mejor persona.
Al llegar en la tarde es otra la historia. Entro a la casa, me quito los zapatos y me convierto en lo que ellos quieran. Los saludo desde abajo y al subir las escaleras los llamo por sus nombres en tono mamá y cuando entro por la puerta los veo atentos mirando en esa dirección. Ver cómo cambia la expresión en sus caritas, ver esas sonrisas del alma y cómo se mueven zapateando y dando manotazos y hasta estrelladas contra la cama para hacer el paso de la culebra acompañado con grititos de emoción, me hace pensar que el día lejos de ellos valió la pena. Es la única manera de darles esa vida que ellos merecen! Llega el papá luego y hace su propio ritual y una vez más la alegría invade sus cuerpitos. Es simplemente maravilloso.
Sí, mi temor es que durante todo el tiempo que no estoy con ellos, ellos no piensen ni un minuto ¿dónde está mi mamá?, pero luego pienso que soy una loca porque obvio que piensan en mí, si soy yo quien los ha tenido en su panza por casi 8 meses! Es mi voz la que han escuchado como suya durante ese tiempo, son mis manos las que los tocan con el amor más inmenso que puede existir y soy yo (y su papá) quienes daríamos más que nuestra propia vida por ellos. Pero ese miedo es normal en toda mamá que tiene que dejar a sus bebés por primera vez.
Luego pienso, si cuando llego del trabajo el celular queda refundido en la cartera y el 100% de mi atención es para ellos. Jugamos un rato, bailamos, vemos tele y luego comemos (por más que sea trabajoso comemos y hacemos todo lo posible por terminar, sobre todo con mi china que es light), para después bañar a cada uno con el mismo cuidado y dedicación por igual. Confieso que al terminar con uno, después del pataleo respectivo por haberlo sacado de la tina y la lucha por ponerle el pañal y terminar bañada en crema por toda la mano por sus patadas y manazos, me cuesta comenzar con la otra. Pero nunca me gana el cansancio. Ellos son primero que mi sueño, primero que mis dolores de cabeza y primero que mi vida entera. Así, si vale la pena.
Todo esfuerzo es retribuido así que yo solo espero el fin de semana que aunque ya no sean días para descansar, son días para estar íntegramente con ellos. Y amo esos días.
Mi motor me espera en casa, a ver si las horas se pasan más rápido por aquí.
Nunca jamás sentí
una alegría así
qué bendición hallarte al instante en que se fue la luz
llegaste tu!
(ustedes)
Dejarlos es una de las cosas más dolorosas que puede haber. Sobre todo cuando van por primera vez al nido. Mi hijo que es bien pegado a su mamá ha sufrido. Y a veces me pregunto si estamos haciendo bien o debe la mamá dejar de trabajar y quedarse con él hasta los 7 años como en Finlandia, noruega y no sé que otro país nórdico. A mi hijo, que ahora tiene 4, lo dejamos a las 7 de la mañana en el nido, sino no llegamos al centro de trabajo. Lo saco dormido. En el nido toma su desayuno y de ahí va a clases. Cuando termina las clases pasa a guardería. Mi esposa lo recoge como a las 2 y 30 p.m…. Y hay otros niños que se quedan como hasta las 6 de la tarde. Así es la vida de dura.
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Es terrible Edu… Pero la verdad es que si no lo hacemos ellos no pueden tener cubiertas sus necesidades básicas. Y ellos tienen derecho a crecer con lo mejor. Y solo nosotros se lo podemos dar.
Duro, pero real.
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Nada se compara al hecho de que un hijo deje su mochila en el piso y venga corriendo a tus brazos gritando ¡PAPÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ!
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