Aún recuerdo cómo me desvivía por llevarles leche a los bebes mientras estaban lejos de mí. Fueron solo tres días, pero desde el número 1 estuve dale y dale con el extractor pegado al cuerpo para sacarme hasta la última gota de calostro, ponerla en sus biberones y darle una toma a uno y a la siguiente al otro. Toda una hazaña para una mamá que lo único que quiere es estar al lado de sus hijos recién nacidos.
Tenía que conformarme con hablarles a través del vidrio durante todo el día 1. Recién operada pero con las pantuflas bien puestas para permanecer parada al lado de cada uno alternando cada 3 minutos. Al siguiente día, día 2, ya pude tocarlos, metía mis manos por las ventanitas de la incubadora y podía sentir su piel. Me recargaba de energía y volvía al cuarto a darle a la máquina. Todo era por ellos. Luego, al día 3, ya pude cargarlos, cantarles canciones, tocar su naricita, manitos, piesitos y todo lo que podía hacer sin molestarlos. Tengo grabada en la mente la forma en que juntos, los 3, mientras su papá hacía papeleos, rezábamos en silencio por los bebitos que estaban al lado, en UCI, chiquititos, indefensos y siempre con su ángel de la guarda al lado (su mamá). Pedíamos por ellos y por sus mamitas, para que les llegue esa fuerza adicional que se necesita para seguir luchando.
Esa misma noche, nos visitaron en el cuarto y fue simplemente mágico. Pude por primera vez sentir su cuerpo sobre el mio con sus manitos en mi pecho alimentándose de mí. Cómo olvidar ese momento feliz. Luego, volvieron para tomar fórmula, pues yo no tuve opción. Al ser prematuros (ya hablaré sobre este tema en otro post) debían alimentarse bien. No podía darme el lujo de pedir lactancia materna exclusiva porque ellos debían ganar peso, mientras yo aumentaba mi producción de leche.
Iba a ser «sencillo» según yo. Al día siguiente nos fuimos a la casa y empezó el verdadero reto. Cada 2.5 horas los bebes debían tomar leche. Es así como empezaba con materna, a la derecha Marcel y a la izquierda Naelle. Ahí como unos 20 minutos hasta que ya les preparaba sus biberones y ya está. Lista su ración de esa hora.
Lo que más deseaba era tener leche para regalar. Imaginaba mi refri llena de bolsitas de leche que solo debía sacar para descongelar. Pero la realidad era otra. Cada día que pasaba llenaba la misma cantidad en los biberones del extractor: máximo llegaba a 4 onzas en total. Eso no era suficiente para mis bebés.
Empecé con agua de cascarilla de cacao, sabía que TODO líquido era bueno para estimular la producción de leche, pero empecé por ahí. Luego decidimos poner un bidón de agua en mi propio cuarto, tomaba y tomaba cada vez que podía. Vino el agua de hinojo, la avena y todos los líquidos existentes en la faz de la tierra. Nada pasaba. Las 4 onzas era el tope máximo al que podía llegar. Además de tener a los bebes prendidos todo el día para «seguir estimulando» cuando hacía la prueba con el extracto por la mañana (después de toda una noche «cargando»), nada. Era muy frustrante.
Me acuerdo un día que se me cayó un biberón cuando recién me había extraído la leche. Lloré a mares mientras limpiaba el piso. Cómo era posible que una mamá que deseaba con toda su alma dar de lactar a sus bebés tuviera tan poca leche? Encima, no podía darse el lujo de hacer lo que muchas «aconsejaban»: deja que tengan hambre hasta tres días, ellos solitos verás como empiezan a jalar con más fuerza y sale más leche. IMPOSIBLE. Mis bebés luchaban día a día por sumar más gramos a su cuerpito y yo lo privaría de leche? No gracias.
Tenía que empezar a aceptarlo para no sufrir más. Era muy triste ver cómo tenía que darle a Naelle un biberón de mi leche y a Marcel fórmula, y a la siguiente toma Marcel uno de mi leche y a Naelle fórmula. No podía darles a los dos mi leche porque no era suficiente, y a eso sumarle el tema de hacer que salgan pronto de la prematuridad, eran temas que estaban acabando con mi sano juicio y salud mental.
Luego vino la alergia de Marcel, para la cual tenía que quitarme todos los lácteos y derivados. Lo hice, pero seguía cayéndole mal. Por eso con todo el dolor de mi corazón, dejé de darle mi leche y solo se la di a Naelle por un tiempo más. Pasaron solo dos meses y lo poco que tenía empezó a irse. Así de triste como suena, se fue sin más. Y me dejó sin una gota para ellos.
La leche materna es vida pura. Es sana y contribuye con la correcta formación del sistema de nuestros bebés, representa un ahorro grande para la economía de los papás, es lo más recomendable en los primeros meses de los bebés… pero no lo es todo. yo sufría por el apego, pensaba que no serían igual conmigo por no haber tomado mi leche, pero nada de eso es cierto. El apego sale del corazón, depende del amor que les desde el día uno que ingresan al mundo, son los valores que les enseñas aunque creas que ellos aún no entienden, es el amor infinito e incondicional que una mamá, con o sin leche, siempre les dará.
Yo estoy a favor de la lactancia materna, pero no estoy en contra de la alimentación con leche artificial. Me ayudó a que mis hijos salgan rápido de la prematuridad, ganen peso sanamente y estén bien nutridos. Así que, mamá que por alguna razón no puedes darle tú leche a tu bebé, ya sea por tener poco, casi nada o tener cantidades industriales pero afectan la pancita de tu bebé a pesar de las dietas extremas que hagas, eres TAN mamá como las que tienen la suerte de producir miles de onzas cada dos horas. Eres igual de superpoderosa. Eres mamá!