Esta semana ha sido muy intensa en todo sentido. Llega el viernes y con él llega la descarga de todo lo que está pasando justo ahora. Días de «inicios» que requieren muchísima concentración, ganas, orden y mucha, pero muchísima cabeza para pensar en objetivos claros. Días que se mezclaron, como cuando todo parece suceder dentro de una película barata de terror, con momentos críticos en mi corazón que lucha a ciegas por ver más allá de lo evidente lo que pasa a exactamente 6.4 kilómetros de mí. Días en los que mis hijos estuvieron con un poco de moquitos que en lugar de ir desapareciendo, se convirtió en un gran resfriado con nariz, garganta y bronquios involucrados. Realmente una semana de terror.
Una semana sin noches para dormir se va. Esas noches al lado de la cuna chequeando que la respiración esté bien, parada con la linterna en la mano para alcanzar las medicinas, el saca moco y todo lo que está en la mesita de apoyo que me ayuda a pasar las horas. Noches que parecen interminables y que la mayor alegría la da el sonido del aire limpio pasando por su naricita. Noches en que el termómetro en sus frentecitas son los protagonistas. Esos minutos de terror cuando un poco de leche hace que se atoren por no poder respirar ni comer aunque su pancita ruja de hambre. Noches en las que maldigo los virus que lamentablemente están en el mismo aire.
Se va una semana de tardes tratando de jugar como siempre, pero esta vez con un fastidio de por medio. Noches en las que me odié por completo porque grité y renegué con ella que no tiene la culpa. Renegué y le pedí que por favor se callara y que se calmara de una vez. Al segundo me arrepentí y las lágrimas empezaron a mojar sus ya mojados ojitos. ¿Tan bruta puedo ser? Me provocó meterme mil cachetadas de castigo pero nada se podría llevar ese momento, lo dije y ahí se quedó. Ella, sin entender nada me miraba y seguía llorando y yo sin poder calmarla. ¿Cómo es eso posible? Pero ya cuando todo estaba silencio pensé y miré hacia adentro como siempre lo quiero hacer y es que sí es posible porque soy un ser humano. Un ser humano que se cansa y pide un minuto. Solo un minuto para unir puntos y conectarse. Un ser humano que no para en el día y tampoco en la noche. Un ser humano que también merece ser entendido.
Agradezco a Dios infinitamente por todo lo que me da, y lo que no también porque eso me ayuda a darme cuenta de mi presente y lo grande que es mi vida. No me quejo, más bien me admiro por todo lo que estoy haciendo. Pero a veces me provoca poner pausa y respirar. No pensar más. No mirar alrededor y por fin respirar.
Se va esta semana pero aún no termina el calvario. Vendrá un fin de semana para ganar tiempo y cuidar al máximo cada segundo con ellos. Que hoy, fastidiados y llorones, necesitan una mamá tranquila que sepa calmarlos cuando ellos más la necesitan.
Si solo pudiera hacer lo que vengo pidiendo todas las noches mientras les doy su leche acariciando sus cabecitas… si solo me pudieran pasar todo lo malo que ellos sienten a mí. Yo soy más fuerte, yo puedo aguantar más que ellos una cochina tos y esos fastidiosos mocos. Si solo pudiera reemplazar esos amargos momentos en los que lloran porque tengo que darles su medicina y meterles el succionador de mocos porque ellos solos no saben expulsarlo. Si puediera borrar sus caritas mirándome con amargura como si me dijeran ¿por qué me haces esto mamá?
Suena drama… drama del bueno, pero así es. Es la cruda realidad de una mamá que sufre al lado de sus hijos aunque de durante el día esté a esos «escasos» 6.4 kilómetros que parecen millones.
Sana sana, colita de rana…
¡PRIMEROOOOOOOOOOOOOOOO!
Me gustaMe gusta
Debes acostumbrarte a eso, va a ser difícil que un virus agarre a uno y al otro no.
Por otro lado, vas a sacar paciencia que no te imaginabas que tenías.
Me gustaMe gusta
Elmo, ya la tengo. Pero me da pena y a veces no puedo controlarlo. Mis bebitos lloran y yo con ellos.
Beso!
Me gustaMe gusta