Tener dos niños de la misma edad no es nada fácil. Más aún si ambos demandan atención, cariño, ganas de jugar y también por qué no, peleas por el mismo juguete a pesar de tener dos iguales. Pero lo bueno de este crecimiento en paralelo, es que entras en un mundo totalmente nuevo, veloz y con miles de puntos que aprender. Y es un tema casi casi como «el que no se mueve pierde» porque cada día es un día lleno de aventuras cuando hablamos de los hijos.

Mis peques tienen ahora dos años, pero desde bebés mostraron una marcada diferencia en carácter, gustos y preferencias. Eso es bueno, porque ayuda a saber cómo satisfacer a los dos a la vez, o de lo contrario, evitar enojos por las puras si algo no es de su total agrado. Ella, por ejemplo, desde muy chiquita fue muy difícil para comer, había que meterle la leche casi casi con jeringa porque sus apenas dos onzas, cada dos horas, se juntaban con las dos siguientes porque no terminaba por más que intentáramos. Era una floja para chapar la teta y cuando lo hacía se prendía sin succionar. Yo me asustaba porque al ser la más chiquita tenía que comer más, pero nunca fue así. Mi chino, al revés, al inicio de su vida amaba la leche, se la secaba al toque y si fuera por él vivía el día entero de mí, pero su hermanita también debía intentarlo. Lo hice algunas veces a la vez, pero era in poco incómodo, y sí que dolía la espalda. Pero nada como esos momentos, viven en mi mente para siempre. Era como darles mi corazón a la vez a los dos, mitad y mitad.
Mi china desde chiquita ha sido más vivaracha, a todos enamora con sus ojos y su sonrisa coqueta. Es más desenvuelta cuando conoce y tiene alma de payaso cuando llega a tener confianza con la persona que habla. Le encanta jugar con sus amigos y los llama siempre. Mi Marcel es más serio, cuando se ríe se le forma un hoyito bello en el cachete y muestra sus conejos haciendo chinito cuando está contento. Él tiene mamitis hasta ahora, cuando llego del trabajo no existe más en el mundo que su mamá. Me jala del polo para que me tire al suelo y ahí empieza a treparse encima para hacerle acerrin y cantar mil canciones juntos. Ahí tengo que dividirme un poco en dos porque cada uno me reclama. Mientras Naelle me dice «mama vamosh a jugar», Marcel me jala y me dice «no, no, no», para que me quede ahí con él. Es un poco difícil. Pero no imposible. Logro engancharlos a los dos con un juego y ya está. A veces liga, a veces no. He ahí el dilema.
Tienen cosas en común pero otras opuestas: ella ama los dulces, él no. Él tiene una memoria infinita contando hasta el 30 casi, en inglés, los colores, los animales y sus sonidos, las letras del abecedario; mientras ella parece aburrirse un poco con eso y más le gusta ver Peppa. Si por ella fuera, viviría día y noche viendo Peppa, pero felizmente hay horarios para eso. A él le encanta jugar con temperas y embarrarse hasta el pelo; ella cada vez que tiene que pintar solo se mancha la punta del dedito (si no hay pincel) porque prefiere mil veces el pincel que sus manos.
Ella prefiere los columpios, y él las resbaladeras. Ella ama perseguir palomas y él jugar con las piedritas y la tierra de los parques (donde haya más cosas para embarrarse mejor). Ella prefiere ir en coche y él en su scooter. Ella patalea y chilla cuando no ponen lo que ella quiere, él lo hace porque ella lo hace. Él también lo hace, pero con una ligera variación, a veces se tira al sueño y patea al aire. Ambos me hacen rabietas de vez en cuando, por distintos motivos, pero pataletas al fin. Poco a poco estamos descubriendo cómo frenarlas y disminuirlas.
Dentro de todas las diferencias están los típicos: eshe mío. Sobre todo de Naelle. A pesar que les compro lo mismo a los dos (por ejemplo una pizarrita), si ella tiene la celeste y él la amarilla, ella quiere la amarilla y él la celeste. Cuando se olvidan y se van a otro juguete, solo basta que uno coja la que era del hemano y revienta el chupo…. mecha! Es algo tan común entre hermanos…
A la hora de jugar, ella salta con los dos pies y es más hábil para los juegos físicos, como lanzar la pelota, patear, correr, etc. Él lo intenta y se divierte al hacerlo, eso me ayuda a saber qué lado reforzar más en él. Y por otro lado, cuando jugamos memoria, a nombras las cosas por su propio nombre él es un capo, y ella no mucho. A veces coincidimos y jugamos un poco de todo, porque felizmente hay flexibilidad entre ellos para probar cosas.
Ella busca a su hermano para abrazarlo y hacerle cosquillas, y él se río apretando los dientes y la abraza tumbándola al suelo para jugar. Tiran la pelota y juegan a ver quién la coge primero. Desde chicos compiten, pero lo lindo es que cuando uno no llega a recoger la pelota, el otro se la entrega. Comparten a su manera.
Los dos aman la hora del baño, por eso es MUY IMPORTANTE para mí dedicarles por lo menos 15 minutos en la tina a cada uno. La pasamos excelente. Es difícil sacarlos nada más, si fuera por ellos vivirían en la tina jugando a ser pescaditos.
Al momento de dormir, mi Naelle prefiere hacerlo aún en su coche, se acurruca y empieza a adormecerse con su trapito y chupón. Porque esos sí que son esenciales para su vida: su «tapito y chupon» como ella los reclama luego del baño. En cambio, mi chuki reclama mi mano, no se duerme si no está agarrándome los dedos, uno por uno; pasando por las uñas y cada arruguida de la mano. Parece que me las examinara, pero es como un lenguaje de amor, un amor infinito y bello. Algunos me dicen que no lo acostumbre a cogerme la mano para dormir, pero creo que siempre y cuando eso no interfiera en su desarrollo no hay problema. Y me doy cuenta que no es nada malo porque cuando yo no estoy y debe dormir sin mí, no reclama manos y se duerme así nomas, acurrucado en su cama. Es solo la mía la que él quiere. Ya no le gusta mucho dormirse en su coche, él prefiere la comodidad de su cama y su almohada heladita.

Así son mis chinos, cada uno es un mundo distinto. Cada uno tiene gustos y preferencias, cada uno es único y especial para mí. Tengo dos mundos diferentes con un solo centro, un mismo corazón que late y late por los dos.