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Un mes obsesivo compulsivo

El primer mes fue difícil. Noches en vela con una mano en el pack and play doble especial para mellizos y la otra dentro de mi cama, durmiendo cada 10 minutos un rato y otro rato chequeando si es que estaban respirando, mirando el reloj para ver cuándo tocaba la otra leche, tocándome las tetas a ver si tendría ya un poco más de leche… y muchas otras cosas que no me dejaban disfrutar de mi primer mes de mamá.

La rutina, si lo vemos desde afuera, llega a ser sencilla: los bebes duermen (más si son más chiquitos), pasan tres horas y les toca leche, cambio de pañal y otra vez a dormir. Así se pasa el día de la manera más rápida y con mayor razón si los protagonistas de la historia son 2 y comen a paso tortuga. Sí, mis hijos no eran muy comelones (siguen igual) y para darles la leche era un suplicio. Cada semana uno se turnaba para llevarle el título de bebé problema porque cuando uno quería comer lo hacía con unas ganas increíbles y el otro no. Pataleaba y volteaba la cara y así podía pasar hora y media y el biberón no bajaba ni media onza. Y eso que empezamos con 2 onzas para él y 1.5 para ella. Ahí empezaron mis pesadillas.

Gota a gota

 

Yo soñaba con verlos comer desesperados, succionando sin parar y secándose el biberón en menos de 15 minutos. Imaginaba cómo sería prepararles más leche apuradísima porque morían de hambre y disfrutaban tomando su leche. Error número uno: jamás debes querer que tu bebe sea de una forma cuando no lo es. Empecé a descubrir y conocer a cada uno de mis hijos. Mientras él a veces agarraba con sus manitos el biberón y me miraba a los ojos, ella quería comer pero al succionar tan rápido se atoraba. Moría de miedo cuando llegaba la hora de la leche por eso, por sus atoros.

Si bien nadie se ha ahogado con líquido, es un momento feo el ver que una personita toce sin saber lo que es una tos y trata de desatorarse solita. Yo no podía darle el biberón porque lo hacía con miedo, y eso está pésimo. Error número dos: jamás debes tenerle miedo a tus hijos.

Es así como ese primer mes entero tuve miedo de todo. Cada tres horas me ponía nerviosa y juro que persignaba antes de preparar el biberón para que: no se atoren, se tomen todo el biberón, engorden un poquito más. Error número tres: jamás demostrar ansiedad y menos al momento de cargar y estar con tus hijos. Es trillado pero eso de que uno trasmite todo a sus hijos es cierto al 100%. Mientras más quería que se tomen toda su leche, ellos menos lo hacían y si dejaban media onza o una onza algunas veces yo sufría y me preocupaba. Vivía perturbada por las onzas de leche que consumían al día y me hacía un mundo pensando en la cita a fin de mes con el pediatra.

El tener bebitos prematuros es muy difícil y si no crea un trauma en todas las mamás, en la mayoría de ellas sí. El querer que nuestros hijos estén subiendo de peso como deben, que entren en la curva de percentil de talla, peso y perímetro craneal se vuelve una obsesión. Aunque en el fondo sabemos que está mal comparar, soñamos con ver biberones vacíos en menos tiempo, en que las horas de tomar leche no sean una pesadilla y que los cólicos de gases sean nulos. Una mamá normal sueña eso, pero creo que cuando tienes bebitos que no llegaron a término esto se exacerba.

Traté de cambiar muchas veces pero si no era esa la obsesión, era el producir más leche que una misma vaca. Sumado al estrés de que cada 3 horas (que se convertían en dos por el tiempo que demoraban en tomar), estaba el tema de la sacada de leche. Error número cuatro: jamás te sugestiones con el tema de la leche porque si es así no sale ni una gota. Pasé mi embarazo pensando en los litros (no onzas) de leche que tendría para mis bebés, me compré, pads, cremas, extractor super premium, y bolsas de leche para refrigerar imaginando y utilizado «el poder de la ley de la atracción» pero ni eso sirvió. Pero igual estaba ahí dale y dale, estimulando con los bebes y con el extractor. Mis días eran obsesivamente obsesivos y no podía seguir así. Había dejado de ser esposa para volverme una mamá que ni tiempo tenía de conocer a sus hijos por estas locas ideas que la ataban de manos. La primera cita con el doctor haría que todo sea diferente.

Cada día trataba de no pensar en cuánto tomaban, si ya no querían leche trataba de pensar que dentro de tres horas tomarían más. Y si dentro de una hora no terminaban ya dejaría de darles e intentar que tomaran, su estómago debía descansar también y digerir bien lo que comían. Pero eso sí, no podía evitar alegrarme y hacer fiesta cada vez que terminaban un biberón. Lo mismo con la ropita. Cada vez que dejaban una pijamita que les quedaba chica lloraba de felicidad. Y los pañales! Cuando Naelle pasó de prematuro a Recién Nacido fue felicidad total, y lo mismo con Marcel cuando pasó de RN a Pequeño. Sí, era una Neuromamá en potencia y no me avergüenzo de ello porque algo me queda aún.

Mis bebitos sí estaban creciendo!

Mis bebitos sí estaban creciendo!

La vida de una nueva mamá se vuelve así, no hay calendario ni horario, el día se pasa alimentando a tu bebé y viviendo para él. Es el trabajo más hermoso del mundo después de todo y esas horas dedicadas al 100% a ellos son las más productivas en el futuro. Las que valen más y son las más caras a pesar de no ser un trabajo remunerado. Nadie luego podrá arrebatártelas y estarán más que orgullosa de haber estado ahí con tu hijo cuando más te necesitó para empezar a vivir en este mundo.

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Primeros días prematuros

Se conoce como prematuros extremos a todo aquel bebito que nace entre la semana 24 y 30; prematuros moderados: entre a 31 y 34; y prematuros límite entre la 35 y 36. Además, todo bebé que pesa menos de 2,500 kg es considerado como un recién nacido con bajo peso al nacer. Mis dos bebitos eran prematuros moderados con bajo peso al nacer. Pues nacieron de 34 semana con 2,480 kg y 2,020 kg.

Clasificación del prematuro (más info haciendo click)

 

El momento de irnos a la casa había llegado. A pesar de la noche anterior (en la que me los llevaron a los dos al cuarto) yo seguía con cierto temor. Pensaba que podría llevarme solo a Marcel, y pensar que Naelle tendría que quedarse solita me aterraba. Faltaban unos últimos análisis para confirmar que la infección no había alterado nada en el cuerpo de la bebe, todo tenía que estar bien pero como siempre, pensaba en algunos escenarios feos para por si acaso estar preparada.

Les dimos el primer biberón. Entendí el tema de la preparación de leches (serían alimentados con fórmula y leche materna porque solo lo mio no alcanzaba para los dos), lo de la media hora de diferencia para poder darles a los dos los biberones, y bueno pude ver un baño de esponja a través de una luna. Casi me muero cuando me explicaron cómo limpiar el ombligo, quería que se les caiga ese mismo día antes de llegar al siguiente baño. Llegamos al cuarto, y yo me pasaba de vueltas pensando cómo abrigarlos, cómo cargarlos para que estén cómodos, y miles de cosas más. Sentía que poco a poco todo el peso y el estrés que había aguantado iba siendo liberado (cosa que no debe pasar así).

Marcel a solo 3 días de nacido

Marcel a solo 3 días de nacido

En el carro yo llevé a Marcel y mi mamá a Naelle, eran muy chiquitos para ir en el car seat. Y fue en ese momento donde empezaron las preguntas y preocupaciones. Mi principal miedo era que ambos nacieran con bajo peso, le tenía terror a la prematuridad y ellos lo eran. No eran prematuros extremos, pero les faltó casi mes y medio de formación y eso es un tiempo considerable. Tenían el reflejo de succión muy bien desarrollado, pero igual el tema de los atoros seguían siendo una pesadilla para mí.

Llegamos a la casa y ellos ya en sus cunas dormían tranquilos. La que no la pasó muy bien ese primer día fui yo. Parecía que la  operación empezaba a pasar factura, las piernas se me hincharon en un segundo y las venas de los brazos también, al día siguiente los ganglios del cuello y orejas también me dolían. Me preocupé un poco pero eso era secundario. Lo principal era que los bebes coman. Es ahí donde empezó mi fijación por la leche, las horas y las onzas.

Creo que nunca pensé que fuera tan difícil ser mamá. Estaba más que claro que no venía con manual ni mucho menos, pero darme cuenta que el ser humano es el único ser vivo que necesita de otro para sobrevivir es increíble. Los animalitos nacen y en automático se paran o se empiezan a arrastrar para comer, caminar, buscar cobijo, etc. Las personas no. Si no los alimentas, aseas, cuidas y supervisas puede que no sobrevivan. Esa idea me taladraba el cerebro y más que mamá parecía sargento. Si los bebes no terminaban su leche era malo, si no hacían caca era malo, si no botaban chancho era malo, todo era malo y preocupante.

Al segundo día, cuando me quedaba sola con ellos me sentía terrible, lloraba sin aparente motivo y no encontraba consuelo. La verdad era que conocía perfectamente la razón de mi pena, pero me costaba reconocerlo. Me dolía mucho no querer cargar a los bebes, no querer bañarlos ni cambiarlos. Los veía tan frágiles y chiquitos que sentía que algo haría mal, sentía que el peor de mis miedos se estaba convirtiendo en una realidad. Estaba siendo una mala mamá.

El saber que ahora, dos vidas dependían enteramente de mí me hacía temblar. No sabía si lo haría bien, era obvio que cometería errores, pero qué tan grandes serían??? Empecé a discutir mucho con Lalo y eso no me ayudaba, a pesar que él intentaba de hacerlo todo para darme ánimos y tranquilidad, nada resultaba. Pensé que me quedaría así para siempre. Me sentía perdida.

En la noche, entre toma y toma de leche cada 3 horas me sentaba en el mueble y pensaba en ellos. Los miraba y en silencio les pedía perdón. Les decía que me perdonaran esos días lejos, esos días que no pude sostenerlos en mi pecho para decirles «aquí estoy», que no era justo que hayan pasado días ahí solitos después de haber salido de un lugar cómodo y lleno de amor, les decía que no fue fácil y por eso no pude aguantar más y tuvieron que nacer, les pedía perdón por ser cobarde, por no ser valiente como me enseñaron siempre, les suplicaba que me quieran a pesar de todo. Hoy, se me siguen cayendo las lágrimas al recordar esos difíciles momentos.

Creo que nunca podré agradecerle lo suficiente a mi mamá y a mis hermanas, ellas que ya son mamás, todos los días me ayudaban a atender a los bebes y trataban de hacerme entender que esto por lo que estaba pasando era normal. Pero ya tenía que empezar a poner de mi parte para salir adelante, mis hijos me necesitaban.

Esos primeros días fueron así, extraños. Había esperado tanto tenerlos y ahora que, estaba asustada? No era posible, y sabiendo que me equivocaría mil tenía que ajustarme el cinturón e ir con todo. Así aprendería a ser mamá, además no podía concebir la idea de amarlos tanto y tenerles tanto miedo. Ese miedo me paralizó a tal punto que estaba dejando de darles todo mi amor por correr? Por huir? Entonces actué.

Ahí estaban... dos vidas  que dependían de mí

Ahí estaban… dos vidas que dependían de mí

Poco a poco los empecé a cambiar sola, sin ayuda. Empecé a darles biberón sin temor a los atoros, sacarles el chancho y cargarlos cuando ellos lo necesitaban. No creo en eso de no cargarlos para que no se acostumbren cuando son tan bebitos. Ellos necesitan de su mamá y punto.

Este tema es muy largo, tener bebitos prematuros no es fácil y a pesar que ya están dentro de la curva del percentil de talla, peso y cabeza mis bebitos  no son tragones y no les gusta mucho comer, sueño con verlos un poco rolludos (dentro de lo saludable) pero nunca será así, ya me lo dijo el doctor. Y mi máximo estrés seguirá siendo que tomen todo su biberón cada vez que les toca tomas. Tengo mi cuaderno de tomas para que no se me pase nada y es una maravilla, debo recomendarlo en algún post para las enfermas del orden como yo.

Tengo mellizos, fueron prematuros y al serlo ellos también yo. Soy una mamá prematura que lucha para salir de esa prematuridad y vivir feliz libre de preocupaciones. Pero la verdad es que una mamá, es sinónimo de preocupación por sus hijos. Aprenderé a vivir con ello pero eso sí, libre de estrés.

6

Esperando para ir a casa

Los bebes nacieron un lunes de agosto y no pudieron conocer ni sentir a su mamá. Esa misma mamá que se ocultaba detrás de las sábanas de su cuarto para llorar en silencio extrañando a los hijos que aún no veía. ¿Era eso justo? No quería renegar, reclamar ni siquiera que la vean llorar porque ahora tocaba ser fuerte. Ser lo más fuerte que jamás pudo ser justamente por ellos, por esos bebitos que lejos de su mamá luchaban solitos para salir adelante.

Al día siguiente de la operación, a menos de 24 horas de haber dado a luz pedí pararme para subir a ver a mi bebés. Me trajeron la silla de ruedas pero estuve a punto de pararme e ir yo misma caminando, es más, lo hice unas horas más tardes para la segunda visita. Llamé por teléfono muchas veces hasta que me dijeran que ya podía subir, no podía creer que yo, la mamá de mis bebés, tenía que esperar para verlos! Y es que en esa sala de bebes los míos no eran los únicos en observación, pues 3 angelitos estaban aún más delicados y en cuidados intensivos. Ellos estuvieron también en cada una de mis oraciones. Era duro pensar que mientras yo rezaba para que mis hijos salieran rápido de la incubadora y llevarlos a casa, otra mamá rezaba para que sus bebitos logren pasar la noche. Es muy difícil tener bebes prematuros.

El momento de verlos había llegado. Entré a la sala sin saber muy bien qué hacer, me pusieron la bata y ahí estaban. Divididos de sus papás por una caja trasparente, calatitos y solo con un pañal que más parecía un pantalón a la cintura. Las lágrimas me caían sin parar y yo no hacía más que hablarles tratando de contener la emoción e impotencia que juntas eran una real bomba nuclear. Quería meter las manos y sacarlos de ahí, ellos tenían que estar conmigo!
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Me turnaba entre uno y otro para poder tener contacto al menos «visual» con ambos. Papá y mamá intercalábamos los turnos para poder hablarles a los dos. Tocaron la puerta y era la mamá de los bebitos en UCI que pedía verlos. Me sentí egoísta, y decidí regresar en un momento.

¿Cuándo podré cargarlos? ¿Están comiendo bien? ¿Dime por favor si lloran? ¿Tendrán frío», las preguntas salían como metralletas, una tras otra a las enfermeras a cargo quienes con amables sonrisas me decían que esté tranquila. Que todo estaba muy bien con los «gemelitos». Llegué a mi cuarto y no podía creer el vacío enorme. No quería despegarme de ellos, esperaría una media hora y subiría de nuevo. Así sería hasta que por fin Dios me permitiera estar con ellos.

El doctor llegó y hablamos muy claro: los bebes están muy bien. A pesar de haber nacido antes de tiempo tienen muy buen reflejo de succión y eso es casi lo más importante de todo el tema de prematuridad. La razón por la que deben seguir en observación es porque la mujercita ya estaba haciendo sufrimiento fetal. Por ello debemos verificar con análisis si todo en su sistema está bien o hay algo infectado con el meconio que soltó aún en útero. Lo mismo con el hermano que si bien él no tuvo sufrimiento, ella pudo haberle pasado un poco de esa sustancia que eliminó antes de nacer. Esperemos tranquilos pero los pronósticos son muy buenos. Vas a ver que mañana será un día de evolución.

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Naelle

 

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Marcel

 

Faltaba mucho para «mañana», no era justo estar alejada de ellos. Cómo era eso posible! Había esperado tanto tiempo por tenerlos y ahora pasaba esto. Pero el plan de esperar sentada no era lo mío. Durante ese segundo día subía y bajaba para ver a mis bebes, aunque separados aún sin podernos tocar tenía que verlos el mayor tiempo posible.

Mientras no lo hacía corría a mi cuarto a enfrentarme a otro de mis miedos: el extractor de leche. No era miedo al dolor ni mucho menos, era miedo a no tener lo suficiente para ambos. Durante todo el embarazo me visualicé dando litros y litros de leche, me compre bolsitas para congelar, un extractor super potente, cremas para los pezones y demás. Yo iba a tener cantidades industriales de leche hasta para alimentar a  bebés a la vez. Pero en el fondo tenía miedo. Era un reto aún más grande porque los bebes no succionaron ni bien nacieron, y como fueron directo a incubadora pues tuvieron que alimentarse con fórmula de todas maneras. Al principio me conectaba a esa fría máquina todo el tiempo que podía, salía calostro (que parecen solo gotitas pero esas gotitas son esenciales y las más importantes) y se lo daba a las enfermeras para que corriendo se lo llevaran a mis bebes. Al menos me sentí un poco útil en ese sentido. Luego vendría la verdad de la cosa cuando la lucha se hiciera más intensa ya en casa.

Al tercer día (miércoles) definitivamente tuvimos un avance, nos permitieron meter las manos por los huequitos de las incubadoras para tocarlos, acariciarlos y hablarles aún más cerca. No quería llorar, pero era imposible. La emoción más grande que sentí al tocarlos e inmediatamente ver sus ojos abriéndose de par en par, como si estuvieran buscándome. Podía quedarme ahí con ellos todas las horas del día y de la noche.

Al cuarto día (jueves) nos dieron una sorpresa: ese día iba a poder cargar a mis bebés. El doctor nos fue a buscar al cuarto y con una sonrisa en la cara nos dijo que él mismo quería darnos la noticia, los bebes estaban evolucionando muy bien e iban a poder salir de la incubadora y estar en las cunitas normales donde ponen a los bebitos recién nacidos. Fui casi corriendo a tocar la puerta, me puse la bata y me lavé 500 veces las manos, el primero sería Marcel. Aún no puedo evitar llorar cuando me acuerdo de ese momento. Tenía por fin a mi bebé mayor en mis brazos, tan frágil y chiquito con una nariz perfecta y un cuerpo completamente formado y en función, era mi hijo y yo era su mamá, estaría para cuidarlo toda mi vida y viviría solo por él y por su hermana que esperaba aún estar en mi brazos. Me sequé las lágrimas y fui ahora por ella, Naelle. Más chiquita aún, era como cargar a una muñequita peso más que pluma, haciendo esos ruiditos que enamoran a cualquiera que la ve durmiendo, respirando despacito y con un olor especial, era mi hija y yo era su mamá, viviría solo para cuidarla y darle lo mejor de este mundo, viviría solo por ella y por su hermano. Por fin empezaba a sentir por primera vez eso que todos llaman ser mamá.

Pienso y se me escarapela la piel al recordar que cuando los cargaba rezaba con ellos por los bebitos de al lado. Pedía para que esa mamá pronto pueda tener la misma suerte que yo.

En la noche, recibimos otra sorpresa, vendrían a dormir con nosotros al cuarto y por primera vez podría darles de lactar yo misma. No podíamos con la emoción y parecíamos dos tontos cerrando ventanas, lavándonos las manos cada dos segundos y caminando como doctores que van a operar para no contaminarnos con nada. Esperamos sentamos mirando la puerta y cada sonido de carritos pasando por el piso nos mirábamos como si fueran a ser ellos, hasta que fueron. Tocaron la puerta y un carrito rosado entró al lado de uno celeste, eran ellos. Pusimos música y empezamos a conocernos aún más. Fue ahí donde nos tomamos nuestra primera foto familiar, sí la primera porque para nosotros no existió esa linda imagen de la familia completa en los primeros segundos que el bebe llega al mundo, pero sí existirá esta foto que refleja la emoción de dos papás que después de 3 días tienen la suerte de tener a sus hijos en brazos.

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Primera foto familiar

 

Esa noche dormimos juntos pero interrumpidos de rato en rato para que las enfermeras les den su biberón, pues no era suficiente lo que yo tenía para ellos. Dormí por primera vez en esa semana un poco más tranquila, pero pidiéndole al cielo que mis hijos no se hayan sentido abandonados mientras estuvieron lejos de mí. No quería que piensen que era una mala mamá sin siquiera haberme conocido primero.

Al día siguiente recibimos la mejor de las noticias: nos íbamos a la casa! Todo salió perfecto y ni una infección había llegado a ellos durante ese sufrimiento fetal. Gracias a Dios estaríamos al medio día saliendo completos de la clínica!

Emocionada armando maletas empecé a sentir una sensación extraña, era un poco de miedo. Sí, nos íbamos a la casa, pero y ahora? Cómo podría tenerlos tan bien atendidos y vigilados? Yo no sabía nada y por más que mi mamá me estuviera acompañando sentí un gran temor que empezó a preocuparme. Fue en ese momento que me di cuenta que recién empezaba esta historia. Una historia que día a día se escribe en el mejor de los libros del mundo, el libro de nuestra vida.

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El día repentinamente esperado

Pensé que sería un día común dentro de mi embarazo, tenía 34 semanas y planeaba dar a luz en la semana 36 por lo menos. Luché tanto haciendo de oídos sordos cuando muchos me decían «no llegas al 25 de agosto» porque yo tenía que llegar sea como sea, y para ellos era necesario empezar por creérmela. Mis bebitos tenían que nacer con buen peso y muy bien logrados, si no se podía llegar a término, por lo menos tenían que nacer lo suficientemente fuertes para mantenerse bien fuera de la incubadora, o no estar en ella por mucho tiempo.

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Mamá de doble yema

 

Entré al consultorio presintiendo que algo estaba pasando dentro de mi panza. Esos dolores en la parte superior derecha de mi panza era Naelle pidiendo ayuda. Sus latidos estaban bajando y además de todo, mi útero ya no daba para más. Los bebes habían ocupado todo el espacio posible y ya no estaban muy cómodos. La que sufría las consecuencias era ella, la bebe. Así decidieron operarme en dos horas, «mejor afuera que adentro», decía el doctor.

Salí del consultorio con el corazón a mil y las lágrimas a punto de explotar de mis ojos. Afuera me esperaban Talía y Renzo, una pareja de amigos que Dios quiso poner en nuestro camino con una linda bebita también en camino, nació tres días después y fuimos vecinas de cuarto por un motivo especial sin duda. Lalo empezó a coordinar todos los detalles y hacer llamadas para avisarle a la familia (mi mamá nos debía ayudar con el maletín que ni eso teníamos 100% listo). Yo no dejaba de pensar, pero era raro. Pensaba y a la vez mi mente estaba en blanco, era un momento extraño lleno de emoción y alegría pero más aún de miedo. No sabía qué podía pasar y eso me paralizaba.

Dejamos la bulla de las coordinaciones y entramos al que sería mi cuarto. La enfermera le pidió a Lalo que me ayudara a subir a la cama y que ellas ya venían para monitorear los latidos. Él entró al baño y fue en ese momento que todo el peso cayó sobre mí, lloré sola, en silencio y con un terror que jamás había sentido en mi vida. Mis bebitos iban a estar tan cerca mío solo por unos minutos más, entrarían a este mundo que es maravilloso y lindo pero también injusto y difícil. Ellos no sabían siquiera que nacerían, estaban durmiendo tranquilos (pero apretados) y una mano extraña nos arrancaría de ese lugar al que ellos llamaban hogar. Lloraba de cólera e impotencia porque no pude aguantar más, lloraba por temor a que saliera muy chiquitos, pues a pesar que la última ecografía indicaba que él estaba con 2.500 y ella con 2.300 podían haber diferencias y no quería que sufran ni que pasen por momentos feos cuando llegaran. Era muy difícil entender que no era mi culpa, y que si tenían que nacer HOY, era porque estarían mejor de esa manera y sabe Dios qué podía haber pasado si me hacía la macha y los tenía ahí por más tiempo. La decisión estaba tomada, ellos nacerían en solo cuestión de minutos.

Ya con las piernas vendadas y todo listo, vinieron por mí para llevarme a la sala. Pasé por millones de camillas porque me pedían cambiar de una a otra en cada punto al que llegábamos (parecía una broma en ese momento, pero no, era real). Mi mamá y Lalo me acompañaron hasta la puerta en la que solo podía ingresar yo. Un beso en la frente de mi mamá y agarrada de la mano de Lalo me despedí por solo un ratito. Supuestamente el papá entraría cuando todo esté ya casi listo para el nacimiento. Yo lo esperaría.

«Ya está! Todo listo! Estás bien?», mi doctor estaba ya con el uniforme y traje especial y su gorrito. Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo y él me ayudó agarrándome fuerte la mano diciendo, «todo estará perfecto, confía en mí y los dos van a estar mejor aquí afuera que adentro. En un ratito te veo». 

Empezó la preparación para la epidural, eso a lo que tenía pavor desde el día 1 que me enteré que estaba embarazada. Ahora, puedo decir que es lo más rico del mundo (me encantó), no me dolió nada de nada. La sensación de no sentir desde la cadera para abajo es un poco frustrante, sabes que tienes tus piernas ahí y a pesar que tu cerebro quiere moverlas, no se puede. Desespera un poco pero no duele nada. Todo bien hasta ahí, no sentía nada y estaba lista para el corte. «Un ratito, mi esposo???», el doctor me cambiaba de tema cada vez que preguntaba dónde estaba Lalo. Quería tenerlo conmigo ahí, a mi lado dándome las fuerzas que necesitaba, siendo mis ojos, o simplemente secándome las lágrimas. Pero no, él no entró. Ya luego me enteraría porque el doctor decidió no dejarlo pasar.

Cerré los ojos y le pedí a mi papá que me acompañe. Que me de esas fuerzas que siempre me dio cuando estaba aquí conmigo, lo vi y lo pude sentir. Sentí como alguien me agarraba la mano derecha y al abrir los ojos y voltear a mirar quién me estaba tomando de la mano no había nadie. Era él, estoy segura de eso.

Pasaban los segundos que parecían horas y poco a poco me fui haciendo la idea que todo comenzaría sin él. Traté de tranquilizarme mirando a los lados, tratando de buscar algún rostro ene l cual concentrarme y no pensar en nada  y de pronto los vi. Levanté la mirada y ahí estaba su reflejo en el reflector. Todo había empezado y vi cada uno de los pasos que hicieron en mi cuerpo: el corte, capa tras capa y ahí estaban ellos. Echaditos uno al lado del otro, durmiendo, sin tan solo imaginar que estaban entrando al mundo ayudados por un extraño. Escucharían algo más que mi voz y los latidos de mi corazón en un ratito.

Salió Marcel y se lo llevaron para limpiarlo, nada de contacto piel con piel ni nada de eso. Esto era diferente. Dos minutos después salió Naelle, yo lloraba y los seguía con la mirada. «Por qué no lloran!!!!», empecé a gritar con algo de desesperación. «Por favor, díganme qué pasa! Por qué no lloran», y lloraron. Fuerte y claro los escuché pero no era suficiente, necesitaba verlos! «Por favor, enséñenmelos! Si quiera de lejos, pero quiero verlos!». Y los vi, envueltos en mantas y llorando los vi y por fin entendí que los dos estaban vivos. Sí, era uno de esos temores escondidos que muchos tienen y nunca dicen, que uno de los dos naciera sin vida. Luego de eso me dormí.

Desperté pensando que pronto podría cargarlos, llegaría a mi cuarto y esperaría solo un poco más para cargarlos, tenerlos en mi pecho y conocerlos por fin. Escucharían mi voz y sentirían que están en su lugar seguro otra vez. Solo quería que el tiempo pase rápido. Necesitaba de ellos, y ellos seguro también de mí.

Pero a veces las cosas no salen como uno espera, o desea. Llegando al cuarto al rededor de las 6:00 pm, con la orden de no hablar Lalo me contó que los bebes estaban en observación, estaban aún en incubadora porque al abrir el saco de Naelle se dieron con la sorpresa que estaba ya empezando a hacer sufrimiento fetal, también encontraron un poco de líquido meconial.

El meconio son las primeras heces del bebé, compuestas por materiales ingeridos durante el tiempo en el que el bebé pasa en el útero: células epiteliales intestinales, lanugo, moco,líquido amniótico, bilis y agua.

El meconio se almacena habitualmente en los intestinos del bebé hasta después del nacimiento, pero en ocasiones (a veces en respuesta al sufrimiento fetal) es expulsado al líquido amniótico antes del nacimiento o durante el parto. Si el niño inhala entonces el fluido contaminado se pueden producir problemas respiratorios clásicos del síndrome de aspiración de meconio.

Miles de preguntas escritas en un papel, porque luego de la cesárea recomiendan no hablar para no llenarse de gases, para todos los que me estaban esperando. Preguntas como: ¿Cómo están? ¿Cómo son? ¿Cuánto pesaron? ¿Todo está bien? ¿Hay alguna complicación? ¿El apgar? Y muchas cosas más me inundaban a la velocidad del rayo. Vi muchas fotos que les tomaron, eran realmente hermosos. Dos angelitos que pesaron menos de lo esperado (primer trauma) y salieron antes de lo planificado, pero angelitos en la tierra al fin.

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Ese día no podía pararme de la cama, el doctor indicó que por haber perdido mucha sangre (cuando es parto múltiple se pierde más sangre de lo normal) descanse para estar bien al día siguiente. ¿Cómo podría dormir pensando en mis bebés? Ellos lejos de mí, pensando en dónde estarán y qué significa este cambio. Y yo, en la cama de mi cuarto sintiéndome la peor mamá del mundo. Cerré los ojos pidiéndole al cielo que al día siguiente la historia sea diferente.

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Marcel: 2.480 Kg.

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Naelle: 2.020 Kg.

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Fue así como anunciaron su llegada

Eran las 5:00 am y no podía volver a cerrar los ojos para seguir durmiendo. La cita con el doctor aún era en unas horas y no podía aguantar las ganas de saber si todo iba bien. Había pasado las últimas dos semanas en cama atendida por una doctora de reemplazo. Pues el mío había salido de viaje no sin antes decirme: «Tus bebes nacen el 25 de agosto. Yo regreso el 3, así que de sobra llegamos, no te preocupes». Empezó lo bueno…

La fecha ya estaba programada. A pesar de que la FPP (fecha probable de parto) llegando a las 40 semanas era el increíble 13 de septiembre, él me las programó unas semanas antes porque es casi imposible que las mamás que esperan mellizos cumplan las 40 semanas de embarazo (hay casos que sí y es un éxito rotundo). El tema de la fecha es increíble por un motivo especial. Aún se me llenan los ojos de emoción pura cuando me acuerdo el momento en que el doctor sacó su calendario y contó semana por semana hasta decir: «Los bebes deberían nacer el 13 de septiembre…». Ese día cumple años el héroe de mi vida, mi papá. Él se fue hace seis años aproximadamente, y todavía duele mucho su partida. Pero esa, era una señal más que estos bebitos habían sido enviados directamente desde el mismo cielo.

Publimetro 2013

Publimetro 2013

En la semana 32 la cosa se puso un poco thriller. Empecé a sentir unos dolores recontra incómodos y raros en la parte derecha superior del abdomen, más o menos por donde terminan las costillas. No podía decir exactamente qué tipo de dolor era, porque no eran gases ¿o sí?, no era muscular ¿o sí?, no era calambre ¿o sí?, no era intestinal ¿o sí?, es decir, era un poco de todo. Suena gracioso pero yo describía ese dolor, como un «dolor pastoso». Visité la clínica de emergencia unas dos veces, la doctora que me estaba atendiendo por esos días mientras el doctor estaba de viaje me hizo monitoreo de contracciones por si acaso, todo estaba bien y súper en orden. Podía ser que la bebe me estaba presionando las costillas y eso provocaba dolor, y un poco de gases también. Esperaría unos días para mi control y veríamos cómo seguía todo. Tenía que aguantar sea como sea hasta que venga mi doctor, ese era mi trauma máximo.

Llegué a mi control y no salí por una semana. Me quedé internada con la orden de pararme sólo para ir al baño y con mucho cuidado. El cuello del útero se estaba empezando a acortar y si eso pasaba podía tener un parto prematuro. La explicación es simple, a más bebés más presión hacia abajo. Por eso debía permanecer echada el mayor tiempo posible. Confieso que en ese momento el terror de apoderó de todos mis sentidos, los bebes aún no tenían el peso ideal para nacer y lo que menos quería era que mis bebitos nazcan prematuros extremos. Recé tanto durante todos esos meses que en el fondo confiaba en que no sería así. El penúltimo día fue el peor, pues el dolor se hizo aún más intenso y ese día fue el único día durante todo mi embarazo que vomité. Me arrepentí de haberme quejado de los «no síntomas» en las primeras semanas. La clínica movió cielo y tierra para ver qué era lo que pasaba, llegaron médicos de otras clínicas y especialistas en gastro porque el tema ya no era ginecológico, algo más estaba pasando ahí dentro. Efectivamente, a parte de tener una rodilla clavada en la vesícula y un pie atorado en riñón tenía barro biliar. Otra complicación que sucede en algunos embarazos. Los más premiados, diría yo. E igual que en otros momentos de mi experiencia panzona la «tranquilidad» fue que cuando diera a luz, se iba.

La semana siguiente me dieron de alta pero debía estar en cama también. El dolor seguía y las ganas de comer eran casi nulas. Mi mamá me preparaba pollo sancochado y solo comía 2 trozos en cada almuerzo y no podía seguir. Era muy frustrante. El dolor no se iba y yo empezaba a desesperarme. Quería que llegue el 4 de agosto en ese momento porque lo único que quería era que llegue mi doctor y me diga qué íbamos a hacer.

Mientras tanto, ellos escuchaban música

Mientras tanto, ellos escuchaban música

Y el lunes 4 de agosto llegó. Era mi control de las 34 semanas y mi doctor ya estaba en Lima, sentí algo de alivio realmente así que todo iba a salir bien. Llegamos al consultorio y cuando me vio entrar en silla de ruedas me recibió con una gran sonrisa diciendo: «O sea me voy por unos días y tu pones de cabeza a la clínica entera… vamos a conversar». Lo puse al tanto de lo que pasó, aunque él lo sabía incluso desde que estaba de viaje y pasamos a la camilla.

Primer susto: Los latidos del corazón del Bebé1 muy buenos: latidos del Bebé2… bajos.
Segundo susto: Ecografia de emergencia.
Tercer susto: Bebé2 cordón en el cuello circular doble y latidos bajos (bradicardia).
Cuarto y último susto: «Felicidades Marité, en dos horas nacen tus bebés».

Yo seguía en shock cuando el doctor levantó el teléfono pidiendo que preparen todo para la operación y que alisten el cuarto donde me quedaría unos días. Las lágrimas caían y las voces cada vez se escuchaban más lejanas. Como un una película sólo veía la cara del doctor que abría y cerraba la boca sin poder escucharlo. «Todo está bien, tus bebes tienen buen peso y tienes ya todo el riesgo quirúrgico que felizmente ordené que te hicieran cuando estuviste internada y además tienes ya todo el medicamento para ayudar a formar los pulmones que es lo más importante. Todo saldrá bien!».

Fui a mi control de las 34 semanas y no volví a mi casa ni ese día ni con las manos vacías. ¿Y el maletín? ¿Y todos detallitos que faltan en la casa para la llegada de los bebes? ¿Y el peso? ¿Y si salen muy chiquitos? Dios y mi papá me tendrían que ayudar.

Había entrado en pánico total…

4

Extraños síntomas

Tenía dos bebes en la panza pero ni una sola náusea. ¿Era eso posible? En todas las citas el doctor me preguntaba cómo me sentía. Mi respuesta siempre era la misma: «Doctor, me siento muy bien, está bien eso? Qué fue de las nauseas de los mareos mañaneros y el asco a los olores???». Muy gracioso fue darme cuenta que mi doctor pensaba que estaba loca. Me dijo que nadie podría entender jamás a las mujeres. Hacía unos días una de sus pacientes rogaba porque se le fueran las nauseas y yo rogaba por sentir alguito de malestar. Pues, en mi tonta cabeza pensaba que si no tenía malestares algo podía estar mal.

Y volvieron los famosos «y si’s» que viven en mi cabeza junto con mi locura: «Y si no estoy embarazada? Y si ESTABA pero ya no estoy embarazada? Y si no tener síntomas es síntoma de algo más?». Ahora me acuerdo y de verdad que me doy risa… y algo de pena también.

Una noche, más o menos cuando tenía ya unas 15 semanas (pasamos las 12 de rigor «según la gente») y ya descartados algunas anomalías cromosómicas que siempre se hacen por rutina más que nada, empezó la rareza de mis «síntomas».

Me despertaba con la mano izquierda adormecida y me costaba un poco que se me pase. Me paraba en plena madrugada a sacudir la mano y a levantar el brazo como zombie para que se me pase. Cada noche era un poco más difícil controlarlo, y me pasaba todas las noches, todos los días. Luego, empezó el hormigueo con algo de dolor, eso ya era más raro aún. Unas semanitas después ya no era solo el izquierdo, sino también el derecho. Y la gota que derramó el vaso con agua fue que ya no era solo de noche, sino también de día! Pasaba mis días de panzona con las manos adormecidas. Empecé a asustarme, si me quedaba así de por vida, moría. Era demasiado frustrante no sentir los dedos de las manos (menos el meñique pero ese de qué me servía???)

En una de mis madrugadas, una de esas en las que ya no soportaba el dolor y ya nada funcionaba: ni las compresas calientes, las frías, las sacudidas de mano y los ejercicios con el cuerpo entero, buscamos en internet: adormecimiento de manos en el embarazo y listo! Conocí al loquísimo e incomodísimo síndrome del túnel carpiano.

«El síndrome del túnel carpiano es una neuropatía periférica que ocurre cuando el nervio mediano, que abarca desde el antebrazo hasta la mano, se presiona o se atrapa dentro del túnel carpiano, a nivel de la muñeca. El nervio mediano controla las sensaciones de la parte anterior de los dedos de la mano (excepto el dedo meñique), así como los impulsos de algunos músculos pequeños en la mano que permiten que se muevan los dedos y el pulgar».

Chino básico para mí, pero se entiende si lo lees unas cinco veces. Además, ahí estaba! El minúsculo meñique!!! Era lo mío! Llamé a mi doctor para comentarle y me derivó con un médico general quien luego de una prueba de corrientes lo confirmó: «Tienes el síndrome del túnel carpiano moderado en el izquierdo y leve en el derecho. Cuando des a luz se te pasa«. Aún faltaba más de la mitad del embarazo y yo simplemente creía que llegaría al final sin manos (me las quería cortar literalmente).

Me compré mis férulas pero no ayudaban mucho, sólo me quedaba acostumbrarme a ese tan fastidioso hormigueo. Fue como si me dijeran «Querías síntomas, toma tus síntomas». Y es que en el embarazo se pueden llegar a alterar muchísimas cosas y no solo son las nauseas los síntomas que se pueden dar. Hay otros menos frecuentes pero igual de pesados como el del túnel, que se da porque el cuerpo empieza a retener líquidos (en mi caso aunque no se me hincharon los pies ni manos retuve bastante) y eso hace que los  ligamentos se pongan más gorditos y al pasado por caminos estrechos (como el del maldito túnel) provoca hormigueo y dolor.

También, como lo que pasó unas semanas después por si fuera poco. Toma otro síntoma! Dermatitis del embarazo. Un perrito de la calle se rascaba menos que yo. Y no, no eran las estrías que luego me destrozaron la panza, eran ronchitas en el empeine y en los dedos de las manos. Lo juro! No me dejaba de picar y andaba con rasca rasca todo el día! En el trabajo, en la noche, durmiendo, todo el día! Otro doctor más en mi lista, el dermatólogo me revisó y me dijo: «Es dermatitis, no te puedes poner nada porque el tratamiento para eso es cortizona en crema, pero no es recomendable, así que solo tienes que esperar un poco. Cuando des a luz se te pasa«. Habían esperanzas, y lo mejor es que solo me duró una semana y media.

Ayudó meter las manos en agua con sal y lavarme siempre con Eucerin. Trataba de no rascarme pero gracias a Dios el mal del túnel impidió que me picara tanto. Siempre debemos mirar algo bueno dentro de lo malo, así se hace más llevadero. Además, tenía que aguantar todo sin quejarme. Quería un bebito y la vida me regaló dos, a aguantar como las machas machas! Y así se fue la dermatitis, pero le dio la bienvenida a otra cosa un poco más fuerte.

Todo por ellos

Todo por ellos

Adiós picazón, pero hola maldito dolor que me hizo dar a luz a las 34 semanas… tanto luché y luché por aguantar y mantener a mis bebitos en el lugar más seguro del mundo para que me los sacaran de emergencia antes de llegar a término…

Lección aprendida: no me quejaré ni pediré síntomas si me regalan un embarazo bonito.

9

Bebé1 y Bebé2

Estar dos semanas en cama, con la orden de pararte lo menos posible, aburre un poco. Pero basta con el simple hecho de pensar que tienes un corazón (o más) latiendo en tu panza para que todo, absolutamente todo valga la pena.

Pasé esos días un poco nerviosa por el sangradito que tuve, el que confundí con regla los primeros días. Y a pesar que el doctor decía que todo estaba bien y que ese descanso era solo por precaución, yo me cuidaba el doble (sin saber aún que estaba doblemente embarazada). Trabajé desde mi casa y en los ratos libres empecé a pensar y volar hacia los miles de momentos lindos, y también difíciles, que iba a vivir los próximos meses, años… una vida nueva completamente.

Llegaron las 6 semanas de embarazo y estaba con el corazón a mil. Era el día de mi primera ecografia, día en que sabría cuántos corazones tenía adentro. Confieso que los días previos era una loca en potencia con miles de «y si???» en la cabeza: y si no late su corazón? y si no hay nada y solo fue una confusión? y si está en la trompa? y si no está implantado? y si… y si… y si… al final el día llegó y me acuerdo cómo me desperté ese día. Me vestí como si fuera a conocer al amor de mi vida (mi esposo obvio), me pinté, me planché el pelo y me puse mi mejor perfume. Tenía la cita más importante de mi vida! Iba a conocer el amor de verdad.

Cuando llegué al consultorio me senté, le di la mano a Lalo y simplemente respiré hondo mil veces y conté hasta 100. «Alarcón, Maria Esther»,  me paré como un resorte y entré casi corriendo directo al ecografo. No podía esperar ni un minuto más. Me eché aún temblando de la emoción mezclada con nervios y justo cuando empecé a ver una bolsita negra en la pantalla el doctor me dice «anda al baño. Tu vejiga está llena y no se puede ver muy claro», noooooooooooooooooooooo puede ser!!! dije por dentro. Me metí como cuete al baño y creo que hice la pila más larga de la historia. No terminaba de salir la condenada y yo ya quería verlo todo!

Escuchaba que afuera el doctor, el ecografo y mi esposo cuchicheaban algo que no se entendía. Bueno, me eché de nuevo y empezó todo. Varios minutos de silencio mientras examinaba mil cosas que yo ni sabía qué eran hasta que habló: «este es el bebé1… escucha su corazón», un caballito galopante me decía hola a través de la pantalla. Empecé a llorar de la emoción, un latido que no era el mío estaba ahí! Lo podía ver, lo podía escuchar. Era tan real como yo.

Ni cuenta me di que me había dicho bebé1, solo escuchaba ese hermoso corazón palpitar y palpitar, no podía parar de llorar hasta que por fin entendí todo cuando dijo «ahora vamos a tu otro bebé». Eran dos bebés! El segundo se escuchaba un poco más lejos pero solo era por la ubicación, todo estaba perfectamente bien y sus latidos fuertes, claros y con un ritmo excelente. Bebé1 y Bebé2 tenían corazones, el inicio de toda vida.

«SON DOS???», dijimos Lalo y yo a la vez. Siempre creímos que esa era una posibilidad, pero al menos yo la creía muy lejana, igual él. Si habíamos luchado tanto por un bebé, era posible que Dios nos premie con dos??? Pues sí, la vida a veces es tan sorprendente que una vez más me enseñó que así como te quita, también te da mucho. De eso se trata el vivir, de no reclamar y solo esperar.

Fui al baño a cambiarme, sin poder quitarme la sonrisa de la boca, aún secándome las lágrimas entré al baño dando las gracias. Esas gracias que nunca jamás dejaré de dar cada día que me levante hasta el final de mis días.

«Ya sabíamos que eran dos incluso cuando entraste al baño. Las bolsitas estaban claramente colocadas, hasta el papá se dio cuenta y lo hablamos cuando te fuiste al baño. Además, te dije que yo pensaba que era más de un bebé», me decía el doctor mientras yo trabaja de caer en cuenta que tendría no un bebé, sino dos! No importaban si eran dos hombres, dos mujeres o uno de cada uno. Eran mis bebés sean lo que sean. Mi mente volaba y solo quería salir disparada, abrazar a Lalo y contarle a mi mamá y mis hermanas. A pesar que no les contaba mucho ellas sabían que esto era algo que hacía un tiempo buscaba.

Lo bueno recién empezaba. «Ahora sí, mientras más bebes, más cuidado así que a cuidarse al extremo», me repetía una y otra vez el doctor. Y es por eso que llevé un embarazo «tranquilo», dentro de todo. No me puedo quejar porque nauseas jamás, mareos y vómitos tampoco. A mí me tocaron cosas un poco extrañas que ya iré contando de a pocos. Y bueno, todo fue lindo hasta las últimas dos semanas que «la dulce espera» ya no fue nada dulce para ser sincera.

Nos fuimos a la casa sabiendo que sería complicado pero no imposible. Y comprobé que cuando uno desea con el corazón, todo lo demás (molestias, dolores y males) quedan atrás. Tenía a penas 6 semanas y ya los había conocido. No tenían forma alguna, pero sí tenían vida y eran míos. Mis hijos estaban empezando desde cero a crecer, a convertirse en personitas reales que pronto tomarían decisiones por ellos mismos.

Mis hijitos empezaban a crecer en mi panza, y esa fue la mejor sensación que he sentido y estoy segura que sentiré en mi vida. Yo los cuidaba y protegía. Vivían en el lugar más seguro que existe para ellos. Era simplemente magia. No cualquiera tiene tres corazones en algún momento de su vida…

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Bebé1: Marcel – Bebé2: Naelle

 

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Confesiones a mitad de semana

Hace poco más de una semana le di vida a este blog. Me quedé sin trabajo, como quien no quiere la cosa, antes de volver de mi post natal y esto me impulsó a que de una vez por todas cuente mi historia.

Una historia que tiene como protagonistas a dos seres humanos que crecieron en mi panza por poco más de 7 meses (tenían tantas ganas de conocerme que les llegó todo y se adelantaron un pocotón). Una historia que, estoy segura, puede ser la misma historia de muchos ojos que silenciosos leen estas líneas. Una historia que primero tuve que asimilar, digerir y contar, porque no es tan fácil confesar que buscaste bebe por mucho tiempo y nada.

Pasé por muchos momentos incómodos hasta ahora, pero con el tiempito que llevo siendo mamá aprendí que una mujer no es «menos» mamá por haber recibido ayuda para concebir. Una mujer no es «menos» mamá por no haber tenido leche. Una mujer no es «menos» mamá por no haber traído a sus hijos al mundo por parto natural… y muchísimas cosas más.

Una mujer es mamá desde el momento que su corazón, su mente y su cuerpo entero desean serlo. Pero nuestra sociedad es tan extraña que se ha encargado de hacer creer lo contrario.

Cuando supe que tendría mellizos ya sabía a lo que me enfrentaba. Preguntas y más preguntas (algunas sin ninguna mala intención y otras súper intencionadas) vendrían sin parar y yo tendría que estar preparada para responderlas de la mejor manera.

Una vez superada esa etapa del «miedo a que me tilden como menos mamá» pude decir todo tal cual pasó. Incluso muchas personas cercanas me dicen «cómo es que no sabía nada de esto? Pensé que me tenías confianza», a lo que yo siempre respondo que no es un tema de confianza, sino de superación.

Ahora puedo decir con orgullo por todo lo que pasé, con orgullo mostrar y contar sobre esas marcas que dejó la batalla. Digo con orgullo porque el resultado final es simplemente el mejor: Naelle y Marcel.

Y si con esto, puedo ayudar en algo al menos a esas mamás ocultas que tanto desean tener un bebé en sus brazos (sea de la manera que sea), mi reto por fin estará cumplido.

Ser mamá empieza en el corazón, no en la panza.

20

Dos rayitas azules

Era el tercer día del año y no podía dejar de lamentarme de mi suerte. Una vez más, el sueño de ser mamá y ver las dos rayitas azules en la prueba casera se hacía borroso y más lejano. Salí del baño y llamé a mi esposo para que me ayude a asimilar la noticia: «me vino la regla… tengo algo más que no han descubierto. No puede ser… no vamos a ser papás».

Ya no era necesario esperar al 4 de diciembre para sacarme los análisis de sangre. Era obvio que la regla había llegado y con ella también la mala noticia. Ya era hora de volver a Lima y dejar atrás la celebración del nuevo año en la playa. A pesar que Lalo insistiera en hacernos la prueba, yo no lo veía necesario. Era momento de pasar la página y volver a empezar.

Desde el carro llamé al doctor y fue inevitable romper en llanto mientras hablaba con él:

Doctor, me vino la regla.
– Uy… no te preocupes. Vas a ver que la siguiente de todas maneras sale. Yo te dije que todo podía pasar y que era muy difícil que se lograra a la primera. Hay parejas que lo intentas muchísimas veces de este modo.
–  Yo sé… pero me pone muy triste igual. Hay forma de que me haya venido pero igual estar embarazada? Vale la pena hacerme la prueba?
– Si te ha venido rojo, rojo, no vale la pena… ya la próxima serán buenas noticias. Ven el lunes para empezar nuevamente con todo.

Durante todo el camino hablamos de eso. Yo ya no sabía si quería seguir intentándolo de esa manera o dejarlo simplemente al destino. Si la vida quería que tenga hijos los tendría, y si no, pues hay muchos niños que necesitan una familia, y fue lo mismo que me dijo Lalo. Lo veía tan seguro y tranquilo que me ayudaba mucho escucharlo. Tenía que ser fuerte y levantarme una vez más. Él insistía en que ya no intentemos de esa manera, siempre mencionaba que era un gran esfuerzo y no era nuestra realidad gastar miles y miles de soles en intentos para ser papás.

Al día siguiente, después de una noche casi sin dormir pensando en lo mismo, él me dijo que por mi felicidad y tranquilidad él haría lo que fuera. Agarró su computadora y sacamos cuentas. Lo intentaríamos las veces que yo quisiera. Me sentí muy feliz de estar ambos en la misma página y había decidido dejarlo todo al destino. Si el mes que viene nos daban ganas de intentarlo así nuevamente, así sería y si no, pues ya llegaría el momento.

A pesar de eso, él seguía insistiendo:

– Pero… de verdad te ha venido la regla?
– Que sí Lalo. No estoy embarazada.
– Es que me parece raro porque no te has quejado mucho.
– No. Simplemente ni ganas tengo de quejarme… 

Pero sí, en el fondo ni me había dado cuenta pero no me había bajado casi nada en 2 días. Era una regla un poco rara, pero para mí, era regla al final.

– Enanita, a mi mamá le vino la regla cuando estaba embarazada.
– Lalo, no insistas. No estoy embarazada. Ya me está molestando tu insistencia.

El domingo fuimos a pasar el día a donde mis suegros y de regreso, ya en la noche me entró la duda.

– Paras en la farmacia un ratito?
– Para?
– Quiero comprar algo…
– Pero qué?
– Nada, solo quiero ir a ver algo…
– Pero dime qué!
– Una prueba de orina!!!
– Ya ves!!! Estás embarazada!
– No, yo no creo. Pero tanto insistes que me entró la duda… ya veremos pero sea cual sea el resultado prométeme que haremos como si nada.
– Te lo prometo…

Con el miedo más escalofriante del mundo lo hice. Esperé solo unos segundos y me rendí. Dejé la tirita al lado del lavatorio y salí molesta.

– Te dije. Ahora aguántame! Es negativo.
– Pero por qué! Qué salió?
– Solo una raya…
– Yo veo dos…
– Hay una sola raya Lalo! No insistas por favor!
– Es que hay dos! La segunda es bajita pero son dos! Nos fuimos a dormir prometiendo que sea cual sea el resultado al día siguiente en la prueba de sangre no nos podíamos hundir ni mucho menos. Nos abrazamos y estoy segura que ambos cerramos los ojos con una sonrisa.

Las "rayitas"... y atrás Lalo leyendo las instrucciones por quinta vez

Las «rayitas»… y atrás Lalo leyendo las instrucciones por quinta vez

Al día siguiente (lunes 6 de enero – bajada de reyes), me hice los análisis muy temprano. Fue el día más largo de la historia humana. Los resultados saldrían a partir de la una de la tarde y aún así revisaba la página cada media hora… PENDIENTE… no salían aún. Hasta que el reloj me avisó que la 1 de la tarde había llegado. Y como todo pasa cuando tiene que pasar, la página se colgó. Llamé a la central y me comentaron que se les había caído la red y que los resultados demorarían 1 hora más… GIVE ME A BREAK! No era posible!

Esperé y llamé a Lalo para entrar juntos esta vez. Si él veía que decía 0.11 o algún número menor a 5 quería que él me lo dijera. No quería verlo con mis propios ojos. Pero él no me contestó, estaba en una reunión de trabajo. Lo haría yo sola…

Le di click a los resultados y ahí estaba. Un cuadro con números frente a mis ojos y yo sin querer leerlos. Veía la pantalla de reojo con una mezcla de sentimientos increíble. Luchaba con querer ver y no querer a la vez, hasta que clavé la mirada directo al resultado: 647.90

Fue un momento increíble. Lleno de emoción, esperanza, felicidad pura. Quería explotar y lo hice, llamé al futuro papá y le dije entre lágrimas que ya! Que por fin seríamos papás! Salió de su trabajo y me recogió para ir a la cita. No podíamos creerlo… era real??? No habría visto mal??? Era demasiado increíble haber visto ese número mayor a 5 por fin!

Al entrar al consultorio el doctor me recibió confundido. No entendía mi cara de felicidad cuando hacía unos días le había llorado en el teléfono, «qué pasó? De qué me perdí?». Vio los resultados que le entregué y todo quedó claro. Tenía ya 3  semanas de embarazo y ese sangrado muchas veces ocurre en la etapa de implantación.

Después de muchas indicaciones y una que otra receta soltó esa frase que hasta hoy recuerdo tal cual: «bueno, felicidades futuros papás… y por el número de HCG podría apostar que ahí hay más de un bebe».

Ahora, debíamos esperar 3 semanas más para la primera ecografía y ver cuántos corazones latían junto al mío.

La aventura recién empezaba…