Sentada frente a la computadora, escuchando sus respiraciones a lo lejos, pienso en qué escribir. A veces tengo tanto que decir que apenas puedo ordenarme y separar temas de acuerdo al tiempo. Pero hoy, con la luz de la lámpara y tratando de teclear lo menos posible para que no se despierten, quiero escribirles algunas cosas a ustedes, mis hijitos.
Estamos ya en el segundo mes de nuestra modalidad de «mamá de oficina», y creo que ya nos vamos acoplando al horario. Sin dejar de extrañarnos, sin dejar las llamadas para ver si llegaron bien al nido, si regresaron bien del nido, si almorzaron, si durmieron, si están aburridos, si preguntaron por mí y un sinfín de preguntas dependiendo del día y las circunstancias.
El día empieza a las 6:00 am que suena la alarma, aunque debo confesar que cinco minutos antes mi reloj interno me hace abrir los ojos y pensar en la «nada» por unos segundos. Me levanto para prepararles sus leches y así garantizar que se queden dormidos mientras me baño en 10 minutos a lo mucho. Luego, cuando ya estoy lista para salir, me doy tres minutos para mirarlos uno por uno, darles un beso en la frente (o en el cachete, todo depende de la posición en la que los encuentre) y les hago la señal de la cruz diciendo «que Dios te cuide y te proteja todo el día, te amo como no tienes idea, nos vemos más tarde». Siempre, siempre, siempre es así y si por alguna razón no lo hago, regreso para hacerlo como sea. Es como que algo necesario para salir de mi casa tranquila.
Llego a la oficina y empieza mi día. Entre mails, reuniones, solicitudes, llamadas, una que otra discusión y pendientes acumulados, siempre hay espacio y tiempo para llamarlos. Escuchar sus voces, recibir sus fotos y saber que están bien, me recarga de energías para seguir un poco más. Las horas se pasan volando y el reloj marca el momento esperado para poder coger las llaves del carro y volar a su encuentro.
Pongo música y trato de limpiar mi mente para llegar y empezar con las mil aventuras que imaginamos juntos. Me reciben con un fuerte: MAMÁ!!!!! Y me dan uno de esos abrazos que curan a cualquier enfermo, hacen sonreír a cualquier deprimido, y transmiten el amor más puro del mundo. Luego llega la hora del baño, un cuento, música y a dormir. Al día siguiente todo vuelve a empezar.
Tú, mi china, siempre pendiente esperando que llegue a casa para decirme: ¿Mamá qué me has traído?, pero poco a poco entendiste que no siempre mamá llegará a casa con una sorpresa. Entendiste que un abrazo, un beso, un juego lindo y hasta un baile juntas es una de las sorpresas más lindas que te puedo dar como mamá. Acordarme de tu sonrisa traviesa y de tus preguntas más que perfectas, llena mis horas lejos de casa. Mi china perica, esa que me ayuda desde que entro a la casa a sacar mi pantuflas y la que me mira con ojitos cansados diciéndome: «pobre mi mamá está cansada», como si de verdad sintieras lo que yo siento. Mi hermosa pequeña mejor amiga, esa que se parece tanto a mí que a veces me asusta. Me asusta porque tienes que ser mejor que yo, ser más fuerte y menos emocional, ser esa guerrera que vino al mundo para remecerlo y ponerlo de cabeza. No por nada fuiste mi pequeño milagro que con tan solo 2,020 kg se aferró con uñas y dientes a este mundo. Eres una estrella que brilla con luz propia Naelle, nunca lo olvides porque serás grande.
Tú, mi chino enamorador. Me recibes con una sonrisa que te sale del alma, me derrites con esos ojitos llenos de felicidad y siempre me dices: «ahora mi turno», luego del beso que le doy a Naelle. Mi hombrecito inteligente, ese que me hace pensar que los milagros existen y que aprender de cada detalle es lo que más nos hace crecer como personas. El que me reta todos los días, el que me enseña a crear más «paciencia» cuando pienso que ya se me acabó la última gota. Ese que me da abrazos traviesos y me sonríe con el hoyito en el cachete. Ese pequeño gigante que aún no puede dormir sin agarrar mi mano y si en la noche se le pierde, la reclama desde su cama. Ese pequeño que sabe que su mamá llora de emoción con cada paso, con cada logro, con cada sonrisa, con cada mirada cómplice. Como siempre te digo antes de dormir: vas a ser un gran hombre.
Aún nos falta mucho por vivir, pero lo mejor de todo, es que siempre que miremos a los lados, estaremos ahí. El uno para el otro, para darnos ánimos, fuerzas y todo lo necesario para seguir caminando con la mirada bien enfocada hacia adelante. Porque así quiero verlos toda la vida, caminando siempre mirando al frente y siempre queriendo más.
Por ustedes, todo.
Mamá (de doble yema).