Ya estamos casi quincena de enero y yo recién escribiendo mi primer post del año. Y todo se debe a que estuvimos unos días de vacaciones en familia. Vacaciones que prometían ser las mejores de la vida, y terminaron siendo más que complicadas. Como dije en una publicación anterior, a veces los planes no salen como uno lo espera.
Pasamos el año nuevo juntos, fue lindo y tranquilo esperar las 12 conversando simplemente de todo y de nada a la vez. Ellos dormían y nosotros nos quedamos hasta las 4:00 am escuchándonos. Por primera vez en casi año y medio. Los días siguientes iban bien. Salíamos a pasear y a comprar lo que llevaríamos a la playa el domingo. Decidimos ir ese día para evitar tráficos y además para aprovechar mejor la semana. Yo trabajaría por la mañana (tema urgente) y a ya por la tarde saldríamos al sur. Todo estaba planificado y dormimos perfecto el sábado pensando en lo lindo que la pasaríamos.
Al as 5:30 am nos paramos como de costumbre a preparar la leche y al terminar de darle a Naelle, se vino el huayco con furia. Vomitó todo lo que había tomado y más. Yo desesperada (porque no hay cosa que más me asuste que los vómitos, la fiebre y el estómago suelto en mis bebés), y ella seguía vomitando sin parar. Algo le pasaba y empezaba a preocuparme. Nos quedamos tranquilos durante la mañana, pues luego de unas horas tomó su jugo y lo aceptó perfecto. No habían rastros de estómago suelto ni fiebre. Hasta la tarde que luego de su segunda leche del día volvió a vomitar. Fue suficiente para que esta mamá primeriza «amante» de las emergencias en las clínicas saliera volando para que un doctor nos dijera qué le pasaba. En el carro ya la toqué un poco calientita, y efectivamente, al llegar tenía 38,2 de fiebre. El doctor le dio panadol y me pidió bañarla por 20 minutos antes de revisarla. Lo hice y ella estaba tranquila hasta que entró el doctor. Cómo los odia por Dios. La revisó mientras yo le explicaba paso a paso todo lo ocurrido hasta que volteó y me dijo, no es estómago, es faringitis viral. Luego cuando ya me explicó todo entendí mejor. Uno de los síntomas de faringitis pueden ser vómitos e incluso diarrea. En fin, pasamos la noche en Lima. No sería día de playa por ahora, veríamos cómo amanecía al día siguiente.
Todo iba bien, solo botó un poquito de leche pero porque le dio asco su remedio. Así que decidimos salir rumbo al sur. Después de poner todo en la maletera, de cargar el carro como combi en hora punta, y hacer doble check list para no olvidarnos de nada, nos fuimos. El camino fue bueno, ella durmió rico y él vio sus dibujos todo el camino. Felicidad extrema cuando llegamos, porque al ver a la «tita», abuelita engreidora máxima, casi casi se vuelven locos. La arena les encanta y desde que llegamos pedían ir corriendo a la playa. Todo iba bien. Hasta la noche… les tocó nuevamente su leche y yo, acababa de darle a Naelle en la cama cuando riéndose paró en seco y me dijo «no no», y botó absolutamente todas las onzas de leche que había tomado. Una pesadilla, otra vez! La cambié y traté de pensar que seguro era la última vez que pasada y ya estaría bien. Una hora más tarde vi su pantalón manchado. Empezó la diarrea y yo me quería morir. Es más, pensé en irme esa misma noche (a solo unas horas de haber llegado), pero la voz de mi conciencia y esposo me puso en mi lugar con 3 palabras directas y claras y decidimos pasar la noche, o al menos intentar pasarla.
Esa noche él cayó cansado relativamente temprano (9:30 pm aprox). Pero ella, parece que se esmeró en llamar la atención y durmió a las 12:30 pm y seguro que no la obligábamos serían las 3:00 am y seguiría más que despierta. Pasamos la noche y al día siguiente fuimos a la playa. Cargando mil cosas, cada integrante de la familia, más a los dos bebés de 12 kilos y casi 10 en brazos, casi casi no llegamos ni al toldo. Es realmente un calvario y parece que caminamos incluso sobre llamas vivas. Yo, tuve que ir en pijama la primera vez porque Naelle estaba desesperada por ir, y no quería ir más que conmigo y no me daba el tiempo de cambiarme. La llevé y luego regresé a cambiarme. Estuvimos un rato, llenos de bloqueador y bajo sobra todo el tiempo cuidando que no coman arena, no se metan al mar como si fuera piscina (porque Marcel parece que conoció el lado que le faltaba para ser feliz: el mar), y mil otras cosas más que hay que tener super en cuenta cuando uno va a la playa con bebés (siguiente post de todas maneras con los «must» para llevar a la playa).
Regresamos a la casa, nos bañamos y tratamos de almorzar. Parece que la playa no les abrió el apetito como pensé, sino al contrario, se lo cerró porque no querían nada. Obvio que a Naelle le hicimos sopita de pollo, pero no quería igual. Comieron galletas, fruta, jugo, yogur, eso sí, pero nada de su comida.
Todo parecía estar mejor y ya encaminado a seguir mejorando. Naelle al día siguiente estaría de mejor humor y sería un mejor día de playa e incluso habíamos pensado irnos un poco más al sur a que los bebes conozcan lugares a los que íbamos antes que ellos llegaran al mundo. Idea que fue destrozada a la 1:00 am con un ataque compulsivo de vómitos que me agarró de la nada. Sí… a mí!
Esa noche fue una pesadilla. Recordé lo que pasé las últimas dos semanas de embarazo y me asusté. Al día siguiente fuimos a la clínica de Asia, me pusieron suero y esperamos resultados. Una infección al parecer, pero aún no sé bien qué pude haber comido. Pues comí igual que los demás! Realmente fue de terror. Y cuando volví a la casa en la playa solo quería mi cama. Y ahí sería imposible. Cuando vas a la playa hay que tener no 2 ojos sobre los bebes, sino más de 4 ojos y por cada uno! O sea imposible. Decidí regresar a Lima aunque aquí tenga menos ayuda. Lalo se molestó, pero yo me sentía realmente mal. Así que volvimos.
No quería arruinar nuestras vacaciones, y todo parecía indicar que lo estaba haciendo. Gracias a Dios al día siguiente me puse las pilas, y aún con malestar, decidí encaletarlo y pasarla bien. Fuimos al zoológico de Huachipa (que pos cierto está muy lindo), al parque, a conocer el nuevo nido donde harán taller de verano los bebes (post adicional sin duda), comimos helados, fuimos a Small Place y lo mejor de todo fue que la pasamos juntos y bien.
Para cerrar con broche de oro, la última noche pudimos ver una película los dos solos. Algo que no hacíamos en mucho tiempo. Duró más de lo que debería durar, por las mil pausas que le dimos por llantos espontáneos y por leches de noche, pero lo logramos.
Esta es la historia de unas vacaciones un poco accidentadas pero que marcaron el inicio de un nuevo año que sin duda será mejor. Lleno de alegrías y de sueños por cumplir, y sobre todo, de lecciones que aprender.
Bienvenido 2016.
Jajajaja así es pues!! Paciencia y a tomar todo muy relajado aunque parezca imposible. Te cuento que hace un par de meses mi bebe me vomito en la calle…. Pero se vomito toda, ropa, zapatos, el cochecito… Todo!!! Fue tan horrible, me puse a llorar de lo cansada que estaba (ya se había vomitado la noche anterior y dos veces… Y supongo que sabes lo que implica que tú bebe se vomite: baño, cambio de ropa, cambio de sabanas a las 4am…) en fin… Felizmente estaba yendo a casa de una amiga que rápidamente me salvó y pusimos todo en la lavadora. Pero bueno solo para decirte que me encanto el post y me sentí tan identificada, no soy la única mama que anda cansada!
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