Una mala mamá

Hoy me sentí mala mamá. Mala mamá porque salgo todos los días despacito luego de darle un beso en la frente a cada uno con la señal de la cruz. De puntitas para que no se despierten diciendo «mamá, mamá», y poder irme sin escuchar los llantos a lo lejos. Duele, pero es mejor así.

Me sentí mala mamá porque toda esta semana están de vacaciones en el nido, y yo sin poder pasar tiempo con ellos a unos cuántos kilómetros de distancia. Pidiendo fotos por teléfono y hablándoles por teléfono para que al menos escuchen mi voz prometiendo volver en unas horas.

Me sentí mala mamá porque después de una mala noche, solo quería que se durmieran temprano. Eran las 9:30 pm y aún no tenían intención de dormir, los acompañé en el juego pero luego de un rato ya empezó a incomodarme el tema. Pues con el tercer resfrío en el mes, no me quedan muchas fuerzas para jugar.

Me sentí mala mamá porque no pude llegar temprano del trabajo y jugar con ellos. Siempre hago de todo para salir antes de la hora y poder pelear menos con el tráfico y volar a ellos, pero no siempre la suerte está de mi lado y los minutos me juegan en contra. Y el tráfico también.

Me sentí mala mamá porque quisiera ir al cine y relajarme uno de estos días. Tengo pocas horas al día para estar con ellos y siempre las aprovecho al máximo mientras jugamos, comemos, nos bañamos y hasta cuando nos vamos a dormir con cuentos inventados. Pero hay días en que me gustaría salir, salir y hacer cosas distintas para distraer mi cansado cerebro. Y es ahí donde me siento mal.

Me sentí mala mamá porque todos los días tengo que irme sin verlos a los ojos y decirles que ya vuelvo. Y digo que tengo que hacerlo porque al menos es lo que intento todos los días para no hacer más penoso el sufrimiento. Tal vez ellos ni cuenta se den y solo llaman a su «mamá» durante el día por impulso, por inercia, por costumbre. Me siento mala mamá porque no estoy a su lado de lunes a domingo para lo que sea que necesiten. Me siento mala mamá por no dedicarme a ellos tanto como quisiera.

Pero luego pienso y digo: ¿a caso no merecen tener lo mejor? Solo con mi trabajo y esfuerzo podré darles lo que ellos merecen. El mío y el de su papá que día a día nos vamos dejando parte de nuestra alma en la casa, con la firme promesa de volver y hacer que las horas juntos valgan la pena. Serán pocas al día, pero las mejores. Y los fines de semana realmente son mágicos. A pesar de las rabietas y berrinches, siempre logramos cruzar la ola y ser plenamente felices.

Hasta la mamá más mala siempre tiene unas palabras de amor. Tiene fuerzas para una calmada más de llanto. Tiene fortaleza para aguantar un grito en la oreja y corregir de la mejor manera. Tiene aguante y puede cargar el peso del mundo con sus hombros. Siempre tiene manos a un pañal más y un biberón a destiempo. Tiene ilusión para soñar en lo que será el mañana para sus hijos con ella al mando. Hasta la mamá más mala desborda amor incondicional por quien le dio vida. Porque es el hijo quien hace sentir viva a una mamá, a pesar que se crea lo contrario. Y hasta la mamá más mala del mundo a veces cierra los ojos al lado de su hijo y pide noche a noche que las fuerzas más poderosas del universo lo cuiden y lo resguarden para siempre.

Porque hasta las mamás más malas del mundo, a veces solo quisieran volver a casa para abrazar a sus hijos y sentirse vivas por primera vez en el día.

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3 comentarios en “Una mala mamá

  1. Un amigo me dijo alguna vez que uno debe tener los hijos, no que pueda mantener, sino a los que pueda dedicarle el tiempo necesario. Esto lo vengo pensando ahora, en este Día de la Madre, lo lleve a su actuación pero no pude quedarme a verlo.

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