¿Pedir o no pedir ayuda?

Pedir ayuda a veces puede resultar hiper complicado. Sobre todo si sabes que estás fuera de tu casa todo el día en el trabajo. Existe eso que se llama «cargo de consciencia» que al menos a mí, me sobra y se me desborda por más que solo salga uno o dos días a la semana (a lugares extra laborales como el cine por ejemplo, o a dar una vuelta nomas).

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Sé que no tiene nada de malo, y es hasta incluso «sano» hacerlo al menos una vez a la semana. Oxigena tu mente, te saca de lo habitual (que en mi caso es dedicarme a mis hijos y mi trabajo). Además, es bueno para la relación de pareja. De hecho existen personas que no tienen alguien que los ayude en estos casos, pero de todas maneras hay una amiga, prima, tía, mamá, que pueda ayudar al menos una vez por unas horitas.

Pero, y qué con ese remordimiento, con esa culpa por estar dejándolos por divertirte un rato? No sé si seré la única marciana a la que le pasa, pero cuando salgo de mi casa a otro lugar a distraerme, me remuerde pero hasta que duele. Y si a eso le sumamos algunas caras largas al momento de meditar, pensar y ordenar las ideas para lanzar la pregunta del millón: «crees que me puedas ayudar a darles una chequeada? Los dejo bañados ya a punto de dormir…». De pronto silencio, y cara larga. Eso realmente duele más que un «NO PUEDO». Seguido de eso viene la pregunta: «Pero tienes planes?». Y si responden con un «no sé, no creo», es aún más catastrófico. Cómo te vas a la calle tranquila de esa manera? Imposible pues.

No sé, tal vez tengo un trauma o un tema pendiente con los APUS porque siento que todo me choca el triple de lo que debería chocarme. Por eso, en mi caso, no me encanta pedir ayuda. Creo que más que ayuda, le pediría a la vida que el día dure un poco más y mis hijos duerman más temprano. Así estaría más tranquila y podría hacer más cosas sin pedirle permiso a mi cerebro, para pedir ayuda.

Y es que cuando una se vuelve mamá, es cierto que las prioridades cambian, pero cambian para una sola, no para el mundo que las rodea y en ese error a veces caemos algunas. En pensar que el mundo es de caramelo y todos entienden la vida de todos. Sabes cómo cuesta caminar en los zapatos del otros y en línea recta. Y duele darse cuenta que eso solo lo entiende uno mismo en su libro personal de vida.

Tengo algunos puntos a tener en cuenta para ese momento incómodo de pedir ayuda, a ver si así se nos hace un poco más fácil pedirla y empezamos con el pie derecho «la próxima»:

  • “Pedir ” no es lo mismo que “exigir”. Sin embrago, solicitar cooperación cuando lo necesitamos es parte de nuestras interacciones múltiples y facilita la convivencia.
  • Es conveniente identificar el estilo que utilizamos cuando pedimos ayuda. La petición puede ser justa, pero la manera que se utiliza para comunicarla quizás no sea la adecuada.
  • Identifica si: ¿sueles hablar con agresividad, con reproche? ¿te inhibes y hablas a medias, de manera indirecta? ¿o por el contrario, eres asertivo y expresas claramente tus razones para solicitar apoyo, comunicas lo importante que te resulta la ayuda en ese momento?
  • Recuerda que no eres débil por pedir ayuda. A veces eso se piensa y hace imposible el animarse a pedir ayuda.
  • Sé siempre agradecido aunque la respuesta sea negativa. Recuerda que no es su obligación aceptar.
  • Trata de no tomarlo persona. Para algunos, como yo, esto es complicado pero no por el hecho de no poder ayudar significa que no te quiere.
  • Por tu salud mental y emocional no te pongas en los zapatos del otro. No digas «yo sí lo hubiera ayudado», porque todos somos diferentes. Eso duele.

Finalmente, después de leer mucho sobre el tema, encontré un párrafo que me hizo pensar y creo que podemos aplicarlo perfecto a este tema.

En cualquier caso, ofrecer y recibir ayuda es un aprendizaje importante para la vida. Educar en nuestros hijos la idea de solicitar ayuda cuando es necesario, lejos de convertirlos en seres dependientes les dará autonomía y seguridad. Comenzar por esas tareas cotidianas puede ser un buen punto de partida. No haga a su hijo lo que él mismo sea capaz de hacer. Pero ofrézcale recursos desde la más temprana edad, por ejemplo, enseña a tu hijo a pedir ayuda en casos de emergencia, crea situaciones y explícale cómo proceder. Y finalmente, no olvides enseñarle también a expresar el agradecimiento a los demás cuando recibe el bien de quienes lo rodean.

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Vamos a ver cómo solucionamos la parte del cargo de consciencia. Creo que ese es el punto más grave del tema central de «pedir ayuda», porque si te ayudan y te sientes mal al salir, pues para qué sales???

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