Con el corazón arrugadito

Hace unas semanas escribí sobre lo feliz que me hacía estar con mis hijos las 24 horas. Era un trabajo incluso más arduo y difícil que el de oficina, pero era gratificante al 100%. No había noche que agradeciera por ese día dedicado íntegramente a ellos. Estoy segura que estos meses hemos crecido los tres: ellos como seres humanos individuales, y yo como mamá.

Aún recuerdo el día que regresé a trabajar cuando solo tenían 7 meses. Una suerte también considerando que muchas mamás deben retomar sus labores a los 3 meses de post natal, o a veces antes. Pero sufrí mucho. Tal vez un poco más que ellos, pero recuerdo el dolor profundo en el corazón al cerrar la puerta sin poder volver sobre mis pasos porque, si regresaba nunca más volvía a salir y había un horario que cumplir. Los meses pasaron, y los tres nos fuimos adecuando a la rutina de «mamá de oficina», y esperábamos el final del día para gritar: holaaaaaaa! y abrazarnos, jugar, comer, bañarnos y dormir juntos. Una rutina que agota también, pero como siempre digo, las mamás tenemos ese SUPER PODER que nunca se gasta.

Luego me tocó el proceso de «cese laboral» en mi trabajo. Ellos con casi 3 años hacían fiesta cada vez que al despertar se daban cuenta que la mamá sería quien los cambiaría y dejaría en la puerta del nido. Y lo mejor venía a la hora de salida: mamá también en la puerta esperándolos arrodillada en el piso para recibir sus abrazos llenos de felicidad. En la tarde era una fiesta: en casa o en el parque hacíamos de cada día, uno especial. Aprendí a dejar las preocupaciones en la mesa de noche (para retomarlas antes de dormir), pues las cuentas no perdonan y los años tampoco. Se viene el colegio y entonces el sueldo a fin de mes, se extraña. A pesar de intentarlo, no podemos solo con un esfuerzo (papá), es necesario que mamá también lo haga. Por eso que en estos meses no paré de buscar, hasta que la semana pasada me dieron la noticia: empiezas en una semana, felicidades.

En principio solo quería llorar de emoción, por fin estaría tranquila con las cuentas y mis hijos tendrían todo lo que necesitaban. Pero el dolor vino después. Esos días ENTEROS al lado de mis mejores maestros se estaban acabando. El talonario de días felices tenía las hojas contadas y recién caía en cuenta. Lloré, y sigo llorando hasta ahora porque no entiendo los giros de la vida. Giros, porque son vueltas por las que siempre debemos pasar, es así porque simplemente es así.

De hecho, estoy mega agradecida por cada cosa que me pasa. Sea triste o feliz, le doy gracias y entiendo una vez más ese dicho de «Dios aprieta pero no ahorca» y si me apretaba al lado de mis hijos, qué mejor situación! Pude verlos reír, en actuaciones libres de permisos, cuidar un resfrío o un simple dolor de garganta, calmar varios llantos, aguantar berrinches «graciosos», correr felices, abrigarlos, secar sus lágrimas, hacer galletas, pasear horas, ir a lugares divertidos, dejarlos y recogerlos del nido (eso es un lujo de verdad), acompañarlos, hacerlos dormir, velar sus sueños de tarde, besarlos al despertar con ellos diciéndome «hola mamá», verlos jugar, ordenar sus cuartos, secarles el sudor, curarles una herida, ayudarlos a levantarse luego de sus caídas de scooter, ver televisión acurrucados y abrigaditos, prepararles su leche de la tarde, comprarles antojitos en la tienda, llevar a mi chino a sus clases, pude gozarlos sin parar. Pude conciliar peleas de hermanos, me volví loca y perdí algunos pelos de vez en cuando, pero siempre feliz de estar con ellos día a día.

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Volveremos a los mensajes por wapp con fotitos sinfin durante un largo día de trabajo fuera de casa, a las llamadas por teléfono para preguntar si ya comieron, si hicieron caca (color, consistencia, frecuencia y demás), si hicieron pataleta, si preguntaron por mí, si están felices, o si están de mal humor, si durmieron la siesta, si tomaron su leche… para simplemente escuchar que están bien y que el mundo sigue de pie conmigo lejos de ellos.

Cómo cuesta, cómo duele. Lo pienso y no me la creo aún, han sido los mejores meses de mi vida pero ahora me toca seguir adelante, por ellos y para ellos. Tal vez puedan sentirse un poquito tristes (nunca tanto como yo), pero estoy segura que algún día entenderán que todo es por ellos. Para darles todo lo que merecen y si puedo un poquito más.

Hoy, con mis hijos más grandes, sigo sintiendo ese vacío, mezclado con temor, tristeza y molestia que sentí cuando regresé a trabajar cuando solo tenían 7 meses.

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Los amo… y gracias a la vida por tremenda bendición. No me quejo, es solo un reniego chiquito en una cuesta hacia arriba.

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