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El esperado baby shower que marcó el inicio de todo…

Tengo ese momento grabado en la mente como si hubiera pasado hace algunos días. Pedí el día libre en el trabajo para poder ayudar en todo lo posible a dejar todo listo para la tarde. Era una bendición tener a Lalo a mi lado para ayudarme en todo lo que necesitaba, fueron días un poco complicados y pasarlos junto a él alivió mucho el mal rato.

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Todo estaba preparado para recibir a mis tías y amigas. El BabyShower mellicero sería en casa de mi mamá con un gran espacio (que quedó corto) destinado para depositar los regalitos que llegaban sin parar para los bebes. Yo me sentía tan bien que no necesité ni sentarme a tomar aire en toda la noche. Solo lo hice para abrir los paquetes que rebalsaban del Pack&Play que habíamos instalado en la sala de la casa.

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Esa noche recuerdo que nos fuimos a dormir con una gran sonrisa y agradecidos hasta más no poder por todas las muestras de cariño que recibimos, y más porque los mellis llegarían a un mundo en donde muchos los esperaban con los brazos abiertos llenos de amor. Sin embargo, ese día cerré los ojos sintiendo un poco de temor. Algo pasaría en los próximos días y yo lo presentía.

Al día siguiente, todo estaba muy bien. Emocionados abríamos los regalos y los acomodábamos en su futuro cuartito listo ya para su llegada, fuimos a una reunión familiar al día siguiente y empecé a sentirme un poco rara. El domingo fuimos a emergencia porque la parte alta de la panza, al lado derecho empezaba a molestarme. No podía permitir que esto sucediera, tenía que aguantar hasta que mi doctor llegara de viaje. Nadie más podía operarme más que él y era la promesa que ambos hicimos cuando nos enteramos la noticia. Bueno, yo lo hice prometer eso porque él sabía muy bien que los mellizos casi siempre llegan sin avisar y todo podía pasar.

Estuve con descanso por una semana trabajando desde casa, todo bien con los bebes pero el dolor en la parte alta del estomago era persistente. Podían ser gases, pero no, era más que eso y nadie sabía qué hasta que regresé a la clínica una vez de emergencia. El cuello del útero había empezado a dilatarse y aún no era momento. Tenía solo 32 semanas y como sea al menos debía llegara  la 36. Me quedé en la clínica atendida por otra doctora, igual de buena pero no era lo mismo, bajo sus cuidados. Y bajo los cuidados de mi esposo. Cada vez que recuerdo esos días previos internada, y me quiero empezar a poner un poco nostálgica, recuerdo todo lo que hizo por mí y de verdad esa nostalgia es reemplazada por un fuerte latido de corazón y una gran sonrisa en los labios. Sin duda, tengo al mejor compañero de vida (en las buenas y en las malas).

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Estuve muy bien atendida y el dolor casi había pasado. Lo único pesado fue que no debía pararme ni para bañarme, sí, me bañaban en la cama y cuando quería ir al baño lo hacía en silla de ruedas. Lo peor esta que yo me sentía bien y no entendía porque debía llegar a ese extremo. Luego entendí que la presión de los bebes, cuando yo estaba parada, sera hacia abajo y poco a poco iban empujando más y haciendo que el cuello se dilate de a poquitos. Y cuando el cuello se dilata por completo es cuando empieza la labor de parto y en ese caso era una amenaza de parto prematuro. La palabra que tanto me perseguía hasta en mis peores pesadillas se hacía presente una vez más.

Confieso que no fue fácil convivir con ello. Me molestaba mucho cuando algunas personas me decían: ah no, ni hablar llegas a tu fecha, se te van a adelantar. Yo quería pensar que sí, que llegaría incluso hasta la semana 38 y no estarían tan bajos de peso al nacer, me los llevaría rápido a casa y seríamos completamente normales desde el alumbramiento. En el fondo, creía que todo era posible, pero eso lo hacía más llevadero. Algunos pincha globos me miraban con cara de compasión cuando les decía eso, pero valía la pena luchar por ese pensamiento porque me daba tranquilidad.

Consejo número 1: no leer NADA acerca de la prematuridad. Creo que si yo lo hubiera echo no hubiese sido igual. Es tan traumante lo que internet puede contar sin especificar detalles que generan un estrés y pánico terribles. Además, en lugar de eso trataba de acordarme de casos exitosos de mellizos que nacían prematuros y tenían una vida normal. Era solo para darme más ánimos por si pasaba, solo por si pasaba porque en mi mente «eso no tenía lugar a acontecer». Recuerdo que primero fue el trauma del STFF (Síndrome de Transfusión Feto Fetal):

Una complicación grave que ocurre en el 10% a 15% de las gestaciones gemelares monocoriales (gemelos idénticos que comparten una placenta), por tanto en 1 de cada 2000 embarazos. Su evolución natural implica una alta mortalidad in utero o neonatal en la mayoría de los casos. El diagnóstico temprano y un tratamiento en el momento adecuado son esenciales para mejorar el pronóstico.

Y luego el tema de la prematuridad y el tiempo en incubadora, pero luego pensé que no hay mamá que no se estrese por este tipo de cosas, y supongo que, a más bebés, más susto no?

Me dieron de alta justo unos días antes del cumpleaños de mi mamá, pero no sin antes pasar una de las peores noches de esos 7 meses y medio al lado de mis bebés. Fue, sin duda, un momento que marcó el inicio de lo que sería el proceso de «parto» más doloroso y largo de mi historia.

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Esperando para ir a casa

Los bebes nacieron un lunes de agosto y no pudieron conocer ni sentir a su mamá. Esa misma mamá que se ocultaba detrás de las sábanas de su cuarto para llorar en silencio extrañando a los hijos que aún no veía. ¿Era eso justo? No quería renegar, reclamar ni siquiera que la vean llorar porque ahora tocaba ser fuerte. Ser lo más fuerte que jamás pudo ser justamente por ellos, por esos bebitos que lejos de su mamá luchaban solitos para salir adelante.

Al día siguiente de la operación, a menos de 24 horas de haber dado a luz pedí pararme para subir a ver a mi bebés. Me trajeron la silla de ruedas pero estuve a punto de pararme e ir yo misma caminando, es más, lo hice unas horas más tardes para la segunda visita. Llamé por teléfono muchas veces hasta que me dijeran que ya podía subir, no podía creer que yo, la mamá de mis bebés, tenía que esperar para verlos! Y es que en esa sala de bebes los míos no eran los únicos en observación, pues 3 angelitos estaban aún más delicados y en cuidados intensivos. Ellos estuvieron también en cada una de mis oraciones. Era duro pensar que mientras yo rezaba para que mis hijos salieran rápido de la incubadora y llevarlos a casa, otra mamá rezaba para que sus bebitos logren pasar la noche. Es muy difícil tener bebes prematuros.

El momento de verlos había llegado. Entré a la sala sin saber muy bien qué hacer, me pusieron la bata y ahí estaban. Divididos de sus papás por una caja trasparente, calatitos y solo con un pañal que más parecía un pantalón a la cintura. Las lágrimas me caían sin parar y yo no hacía más que hablarles tratando de contener la emoción e impotencia que juntas eran una real bomba nuclear. Quería meter las manos y sacarlos de ahí, ellos tenían que estar conmigo!
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Me turnaba entre uno y otro para poder tener contacto al menos «visual» con ambos. Papá y mamá intercalábamos los turnos para poder hablarles a los dos. Tocaron la puerta y era la mamá de los bebitos en UCI que pedía verlos. Me sentí egoísta, y decidí regresar en un momento.

¿Cuándo podré cargarlos? ¿Están comiendo bien? ¿Dime por favor si lloran? ¿Tendrán frío», las preguntas salían como metralletas, una tras otra a las enfermeras a cargo quienes con amables sonrisas me decían que esté tranquila. Que todo estaba muy bien con los «gemelitos». Llegué a mi cuarto y no podía creer el vacío enorme. No quería despegarme de ellos, esperaría una media hora y subiría de nuevo. Así sería hasta que por fin Dios me permitiera estar con ellos.

El doctor llegó y hablamos muy claro: los bebes están muy bien. A pesar de haber nacido antes de tiempo tienen muy buen reflejo de succión y eso es casi lo más importante de todo el tema de prematuridad. La razón por la que deben seguir en observación es porque la mujercita ya estaba haciendo sufrimiento fetal. Por ello debemos verificar con análisis si todo en su sistema está bien o hay algo infectado con el meconio que soltó aún en útero. Lo mismo con el hermano que si bien él no tuvo sufrimiento, ella pudo haberle pasado un poco de esa sustancia que eliminó antes de nacer. Esperemos tranquilos pero los pronósticos son muy buenos. Vas a ver que mañana será un día de evolución.

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Naelle

 

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Marcel

 

Faltaba mucho para «mañana», no era justo estar alejada de ellos. Cómo era eso posible! Había esperado tanto tiempo por tenerlos y ahora pasaba esto. Pero el plan de esperar sentada no era lo mío. Durante ese segundo día subía y bajaba para ver a mis bebes, aunque separados aún sin podernos tocar tenía que verlos el mayor tiempo posible.

Mientras no lo hacía corría a mi cuarto a enfrentarme a otro de mis miedos: el extractor de leche. No era miedo al dolor ni mucho menos, era miedo a no tener lo suficiente para ambos. Durante todo el embarazo me visualicé dando litros y litros de leche, me compre bolsitas para congelar, un extractor super potente, cremas para los pezones y demás. Yo iba a tener cantidades industriales de leche hasta para alimentar a  bebés a la vez. Pero en el fondo tenía miedo. Era un reto aún más grande porque los bebes no succionaron ni bien nacieron, y como fueron directo a incubadora pues tuvieron que alimentarse con fórmula de todas maneras. Al principio me conectaba a esa fría máquina todo el tiempo que podía, salía calostro (que parecen solo gotitas pero esas gotitas son esenciales y las más importantes) y se lo daba a las enfermeras para que corriendo se lo llevaran a mis bebes. Al menos me sentí un poco útil en ese sentido. Luego vendría la verdad de la cosa cuando la lucha se hiciera más intensa ya en casa.

Al tercer día (miércoles) definitivamente tuvimos un avance, nos permitieron meter las manos por los huequitos de las incubadoras para tocarlos, acariciarlos y hablarles aún más cerca. No quería llorar, pero era imposible. La emoción más grande que sentí al tocarlos e inmediatamente ver sus ojos abriéndose de par en par, como si estuvieran buscándome. Podía quedarme ahí con ellos todas las horas del día y de la noche.

Al cuarto día (jueves) nos dieron una sorpresa: ese día iba a poder cargar a mis bebés. El doctor nos fue a buscar al cuarto y con una sonrisa en la cara nos dijo que él mismo quería darnos la noticia, los bebes estaban evolucionando muy bien e iban a poder salir de la incubadora y estar en las cunitas normales donde ponen a los bebitos recién nacidos. Fui casi corriendo a tocar la puerta, me puse la bata y me lavé 500 veces las manos, el primero sería Marcel. Aún no puedo evitar llorar cuando me acuerdo de ese momento. Tenía por fin a mi bebé mayor en mis brazos, tan frágil y chiquito con una nariz perfecta y un cuerpo completamente formado y en función, era mi hijo y yo era su mamá, estaría para cuidarlo toda mi vida y viviría solo por él y por su hermana que esperaba aún estar en mi brazos. Me sequé las lágrimas y fui ahora por ella, Naelle. Más chiquita aún, era como cargar a una muñequita peso más que pluma, haciendo esos ruiditos que enamoran a cualquiera que la ve durmiendo, respirando despacito y con un olor especial, era mi hija y yo era su mamá, viviría solo para cuidarla y darle lo mejor de este mundo, viviría solo por ella y por su hermano. Por fin empezaba a sentir por primera vez eso que todos llaman ser mamá.

Pienso y se me escarapela la piel al recordar que cuando los cargaba rezaba con ellos por los bebitos de al lado. Pedía para que esa mamá pronto pueda tener la misma suerte que yo.

En la noche, recibimos otra sorpresa, vendrían a dormir con nosotros al cuarto y por primera vez podría darles de lactar yo misma. No podíamos con la emoción y parecíamos dos tontos cerrando ventanas, lavándonos las manos cada dos segundos y caminando como doctores que van a operar para no contaminarnos con nada. Esperamos sentamos mirando la puerta y cada sonido de carritos pasando por el piso nos mirábamos como si fueran a ser ellos, hasta que fueron. Tocaron la puerta y un carrito rosado entró al lado de uno celeste, eran ellos. Pusimos música y empezamos a conocernos aún más. Fue ahí donde nos tomamos nuestra primera foto familiar, sí la primera porque para nosotros no existió esa linda imagen de la familia completa en los primeros segundos que el bebe llega al mundo, pero sí existirá esta foto que refleja la emoción de dos papás que después de 3 días tienen la suerte de tener a sus hijos en brazos.

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Primera foto familiar

 

Esa noche dormimos juntos pero interrumpidos de rato en rato para que las enfermeras les den su biberón, pues no era suficiente lo que yo tenía para ellos. Dormí por primera vez en esa semana un poco más tranquila, pero pidiéndole al cielo que mis hijos no se hayan sentido abandonados mientras estuvieron lejos de mí. No quería que piensen que era una mala mamá sin siquiera haberme conocido primero.

Al día siguiente recibimos la mejor de las noticias: nos íbamos a la casa! Todo salió perfecto y ni una infección había llegado a ellos durante ese sufrimiento fetal. Gracias a Dios estaríamos al medio día saliendo completos de la clínica!

Emocionada armando maletas empecé a sentir una sensación extraña, era un poco de miedo. Sí, nos íbamos a la casa, pero y ahora? Cómo podría tenerlos tan bien atendidos y vigilados? Yo no sabía nada y por más que mi mamá me estuviera acompañando sentí un gran temor que empezó a preocuparme. Fue en ese momento que me di cuenta que recién empezaba esta historia. Una historia que día a día se escribe en el mejor de los libros del mundo, el libro de nuestra vida.

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El día repentinamente esperado

Pensé que sería un día común dentro de mi embarazo, tenía 34 semanas y planeaba dar a luz en la semana 36 por lo menos. Luché tanto haciendo de oídos sordos cuando muchos me decían «no llegas al 25 de agosto» porque yo tenía que llegar sea como sea, y para ellos era necesario empezar por creérmela. Mis bebitos tenían que nacer con buen peso y muy bien logrados, si no se podía llegar a término, por lo menos tenían que nacer lo suficientemente fuertes para mantenerse bien fuera de la incubadora, o no estar en ella por mucho tiempo.

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Mamá de doble yema

 

Entré al consultorio presintiendo que algo estaba pasando dentro de mi panza. Esos dolores en la parte superior derecha de mi panza era Naelle pidiendo ayuda. Sus latidos estaban bajando y además de todo, mi útero ya no daba para más. Los bebes habían ocupado todo el espacio posible y ya no estaban muy cómodos. La que sufría las consecuencias era ella, la bebe. Así decidieron operarme en dos horas, «mejor afuera que adentro», decía el doctor.

Salí del consultorio con el corazón a mil y las lágrimas a punto de explotar de mis ojos. Afuera me esperaban Talía y Renzo, una pareja de amigos que Dios quiso poner en nuestro camino con una linda bebita también en camino, nació tres días después y fuimos vecinas de cuarto por un motivo especial sin duda. Lalo empezó a coordinar todos los detalles y hacer llamadas para avisarle a la familia (mi mamá nos debía ayudar con el maletín que ni eso teníamos 100% listo). Yo no dejaba de pensar, pero era raro. Pensaba y a la vez mi mente estaba en blanco, era un momento extraño lleno de emoción y alegría pero más aún de miedo. No sabía qué podía pasar y eso me paralizaba.

Dejamos la bulla de las coordinaciones y entramos al que sería mi cuarto. La enfermera le pidió a Lalo que me ayudara a subir a la cama y que ellas ya venían para monitorear los latidos. Él entró al baño y fue en ese momento que todo el peso cayó sobre mí, lloré sola, en silencio y con un terror que jamás había sentido en mi vida. Mis bebitos iban a estar tan cerca mío solo por unos minutos más, entrarían a este mundo que es maravilloso y lindo pero también injusto y difícil. Ellos no sabían siquiera que nacerían, estaban durmiendo tranquilos (pero apretados) y una mano extraña nos arrancaría de ese lugar al que ellos llamaban hogar. Lloraba de cólera e impotencia porque no pude aguantar más, lloraba por temor a que saliera muy chiquitos, pues a pesar que la última ecografía indicaba que él estaba con 2.500 y ella con 2.300 podían haber diferencias y no quería que sufran ni que pasen por momentos feos cuando llegaran. Era muy difícil entender que no era mi culpa, y que si tenían que nacer HOY, era porque estarían mejor de esa manera y sabe Dios qué podía haber pasado si me hacía la macha y los tenía ahí por más tiempo. La decisión estaba tomada, ellos nacerían en solo cuestión de minutos.

Ya con las piernas vendadas y todo listo, vinieron por mí para llevarme a la sala. Pasé por millones de camillas porque me pedían cambiar de una a otra en cada punto al que llegábamos (parecía una broma en ese momento, pero no, era real). Mi mamá y Lalo me acompañaron hasta la puerta en la que solo podía ingresar yo. Un beso en la frente de mi mamá y agarrada de la mano de Lalo me despedí por solo un ratito. Supuestamente el papá entraría cuando todo esté ya casi listo para el nacimiento. Yo lo esperaría.

«Ya está! Todo listo! Estás bien?», mi doctor estaba ya con el uniforme y traje especial y su gorrito. Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo y él me ayudó agarrándome fuerte la mano diciendo, «todo estará perfecto, confía en mí y los dos van a estar mejor aquí afuera que adentro. En un ratito te veo». 

Empezó la preparación para la epidural, eso a lo que tenía pavor desde el día 1 que me enteré que estaba embarazada. Ahora, puedo decir que es lo más rico del mundo (me encantó), no me dolió nada de nada. La sensación de no sentir desde la cadera para abajo es un poco frustrante, sabes que tienes tus piernas ahí y a pesar que tu cerebro quiere moverlas, no se puede. Desespera un poco pero no duele nada. Todo bien hasta ahí, no sentía nada y estaba lista para el corte. «Un ratito, mi esposo???», el doctor me cambiaba de tema cada vez que preguntaba dónde estaba Lalo. Quería tenerlo conmigo ahí, a mi lado dándome las fuerzas que necesitaba, siendo mis ojos, o simplemente secándome las lágrimas. Pero no, él no entró. Ya luego me enteraría porque el doctor decidió no dejarlo pasar.

Cerré los ojos y le pedí a mi papá que me acompañe. Que me de esas fuerzas que siempre me dio cuando estaba aquí conmigo, lo vi y lo pude sentir. Sentí como alguien me agarraba la mano derecha y al abrir los ojos y voltear a mirar quién me estaba tomando de la mano no había nadie. Era él, estoy segura de eso.

Pasaban los segundos que parecían horas y poco a poco me fui haciendo la idea que todo comenzaría sin él. Traté de tranquilizarme mirando a los lados, tratando de buscar algún rostro ene l cual concentrarme y no pensar en nada  y de pronto los vi. Levanté la mirada y ahí estaba su reflejo en el reflector. Todo había empezado y vi cada uno de los pasos que hicieron en mi cuerpo: el corte, capa tras capa y ahí estaban ellos. Echaditos uno al lado del otro, durmiendo, sin tan solo imaginar que estaban entrando al mundo ayudados por un extraño. Escucharían algo más que mi voz y los latidos de mi corazón en un ratito.

Salió Marcel y se lo llevaron para limpiarlo, nada de contacto piel con piel ni nada de eso. Esto era diferente. Dos minutos después salió Naelle, yo lloraba y los seguía con la mirada. «Por qué no lloran!!!!», empecé a gritar con algo de desesperación. «Por favor, díganme qué pasa! Por qué no lloran», y lloraron. Fuerte y claro los escuché pero no era suficiente, necesitaba verlos! «Por favor, enséñenmelos! Si quiera de lejos, pero quiero verlos!». Y los vi, envueltos en mantas y llorando los vi y por fin entendí que los dos estaban vivos. Sí, era uno de esos temores escondidos que muchos tienen y nunca dicen, que uno de los dos naciera sin vida. Luego de eso me dormí.

Desperté pensando que pronto podría cargarlos, llegaría a mi cuarto y esperaría solo un poco más para cargarlos, tenerlos en mi pecho y conocerlos por fin. Escucharían mi voz y sentirían que están en su lugar seguro otra vez. Solo quería que el tiempo pase rápido. Necesitaba de ellos, y ellos seguro también de mí.

Pero a veces las cosas no salen como uno espera, o desea. Llegando al cuarto al rededor de las 6:00 pm, con la orden de no hablar Lalo me contó que los bebes estaban en observación, estaban aún en incubadora porque al abrir el saco de Naelle se dieron con la sorpresa que estaba ya empezando a hacer sufrimiento fetal, también encontraron un poco de líquido meconial.

El meconio son las primeras heces del bebé, compuestas por materiales ingeridos durante el tiempo en el que el bebé pasa en el útero: células epiteliales intestinales, lanugo, moco,líquido amniótico, bilis y agua.

El meconio se almacena habitualmente en los intestinos del bebé hasta después del nacimiento, pero en ocasiones (a veces en respuesta al sufrimiento fetal) es expulsado al líquido amniótico antes del nacimiento o durante el parto. Si el niño inhala entonces el fluido contaminado se pueden producir problemas respiratorios clásicos del síndrome de aspiración de meconio.

Miles de preguntas escritas en un papel, porque luego de la cesárea recomiendan no hablar para no llenarse de gases, para todos los que me estaban esperando. Preguntas como: ¿Cómo están? ¿Cómo son? ¿Cuánto pesaron? ¿Todo está bien? ¿Hay alguna complicación? ¿El apgar? Y muchas cosas más me inundaban a la velocidad del rayo. Vi muchas fotos que les tomaron, eran realmente hermosos. Dos angelitos que pesaron menos de lo esperado (primer trauma) y salieron antes de lo planificado, pero angelitos en la tierra al fin.

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Ese día no podía pararme de la cama, el doctor indicó que por haber perdido mucha sangre (cuando es parto múltiple se pierde más sangre de lo normal) descanse para estar bien al día siguiente. ¿Cómo podría dormir pensando en mis bebés? Ellos lejos de mí, pensando en dónde estarán y qué significa este cambio. Y yo, en la cama de mi cuarto sintiéndome la peor mamá del mundo. Cerré los ojos pidiéndole al cielo que al día siguiente la historia sea diferente.

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Marcel: 2.480 Kg.

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Naelle: 2.020 Kg.

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Fue así como anunciaron su llegada

Eran las 5:00 am y no podía volver a cerrar los ojos para seguir durmiendo. La cita con el doctor aún era en unas horas y no podía aguantar las ganas de saber si todo iba bien. Había pasado las últimas dos semanas en cama atendida por una doctora de reemplazo. Pues el mío había salido de viaje no sin antes decirme: «Tus bebes nacen el 25 de agosto. Yo regreso el 3, así que de sobra llegamos, no te preocupes». Empezó lo bueno…

La fecha ya estaba programada. A pesar de que la FPP (fecha probable de parto) llegando a las 40 semanas era el increíble 13 de septiembre, él me las programó unas semanas antes porque es casi imposible que las mamás que esperan mellizos cumplan las 40 semanas de embarazo (hay casos que sí y es un éxito rotundo). El tema de la fecha es increíble por un motivo especial. Aún se me llenan los ojos de emoción pura cuando me acuerdo el momento en que el doctor sacó su calendario y contó semana por semana hasta decir: «Los bebes deberían nacer el 13 de septiembre…». Ese día cumple años el héroe de mi vida, mi papá. Él se fue hace seis años aproximadamente, y todavía duele mucho su partida. Pero esa, era una señal más que estos bebitos habían sido enviados directamente desde el mismo cielo.

Publimetro 2013

Publimetro 2013

En la semana 32 la cosa se puso un poco thriller. Empecé a sentir unos dolores recontra incómodos y raros en la parte derecha superior del abdomen, más o menos por donde terminan las costillas. No podía decir exactamente qué tipo de dolor era, porque no eran gases ¿o sí?, no era muscular ¿o sí?, no era calambre ¿o sí?, no era intestinal ¿o sí?, es decir, era un poco de todo. Suena gracioso pero yo describía ese dolor, como un «dolor pastoso». Visité la clínica de emergencia unas dos veces, la doctora que me estaba atendiendo por esos días mientras el doctor estaba de viaje me hizo monitoreo de contracciones por si acaso, todo estaba bien y súper en orden. Podía ser que la bebe me estaba presionando las costillas y eso provocaba dolor, y un poco de gases también. Esperaría unos días para mi control y veríamos cómo seguía todo. Tenía que aguantar sea como sea hasta que venga mi doctor, ese era mi trauma máximo.

Llegué a mi control y no salí por una semana. Me quedé internada con la orden de pararme sólo para ir al baño y con mucho cuidado. El cuello del útero se estaba empezando a acortar y si eso pasaba podía tener un parto prematuro. La explicación es simple, a más bebés más presión hacia abajo. Por eso debía permanecer echada el mayor tiempo posible. Confieso que en ese momento el terror de apoderó de todos mis sentidos, los bebes aún no tenían el peso ideal para nacer y lo que menos quería era que mis bebitos nazcan prematuros extremos. Recé tanto durante todos esos meses que en el fondo confiaba en que no sería así. El penúltimo día fue el peor, pues el dolor se hizo aún más intenso y ese día fue el único día durante todo mi embarazo que vomité. Me arrepentí de haberme quejado de los «no síntomas» en las primeras semanas. La clínica movió cielo y tierra para ver qué era lo que pasaba, llegaron médicos de otras clínicas y especialistas en gastro porque el tema ya no era ginecológico, algo más estaba pasando ahí dentro. Efectivamente, a parte de tener una rodilla clavada en la vesícula y un pie atorado en riñón tenía barro biliar. Otra complicación que sucede en algunos embarazos. Los más premiados, diría yo. E igual que en otros momentos de mi experiencia panzona la «tranquilidad» fue que cuando diera a luz, se iba.

La semana siguiente me dieron de alta pero debía estar en cama también. El dolor seguía y las ganas de comer eran casi nulas. Mi mamá me preparaba pollo sancochado y solo comía 2 trozos en cada almuerzo y no podía seguir. Era muy frustrante. El dolor no se iba y yo empezaba a desesperarme. Quería que llegue el 4 de agosto en ese momento porque lo único que quería era que llegue mi doctor y me diga qué íbamos a hacer.

Mientras tanto, ellos escuchaban música

Mientras tanto, ellos escuchaban música

Y el lunes 4 de agosto llegó. Era mi control de las 34 semanas y mi doctor ya estaba en Lima, sentí algo de alivio realmente así que todo iba a salir bien. Llegamos al consultorio y cuando me vio entrar en silla de ruedas me recibió con una gran sonrisa diciendo: «O sea me voy por unos días y tu pones de cabeza a la clínica entera… vamos a conversar». Lo puse al tanto de lo que pasó, aunque él lo sabía incluso desde que estaba de viaje y pasamos a la camilla.

Primer susto: Los latidos del corazón del Bebé1 muy buenos: latidos del Bebé2… bajos.
Segundo susto: Ecografia de emergencia.
Tercer susto: Bebé2 cordón en el cuello circular doble y latidos bajos (bradicardia).
Cuarto y último susto: «Felicidades Marité, en dos horas nacen tus bebés».

Yo seguía en shock cuando el doctor levantó el teléfono pidiendo que preparen todo para la operación y que alisten el cuarto donde me quedaría unos días. Las lágrimas caían y las voces cada vez se escuchaban más lejanas. Como un una película sólo veía la cara del doctor que abría y cerraba la boca sin poder escucharlo. «Todo está bien, tus bebes tienen buen peso y tienes ya todo el riesgo quirúrgico que felizmente ordené que te hicieran cuando estuviste internada y además tienes ya todo el medicamento para ayudar a formar los pulmones que es lo más importante. Todo saldrá bien!».

Fui a mi control de las 34 semanas y no volví a mi casa ni ese día ni con las manos vacías. ¿Y el maletín? ¿Y todos detallitos que faltan en la casa para la llegada de los bebes? ¿Y el peso? ¿Y si salen muy chiquitos? Dios y mi papá me tendrían que ayudar.

Había entrado en pánico total…

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Bebé1 y Bebé2

Estar dos semanas en cama, con la orden de pararte lo menos posible, aburre un poco. Pero basta con el simple hecho de pensar que tienes un corazón (o más) latiendo en tu panza para que todo, absolutamente todo valga la pena.

Pasé esos días un poco nerviosa por el sangradito que tuve, el que confundí con regla los primeros días. Y a pesar que el doctor decía que todo estaba bien y que ese descanso era solo por precaución, yo me cuidaba el doble (sin saber aún que estaba doblemente embarazada). Trabajé desde mi casa y en los ratos libres empecé a pensar y volar hacia los miles de momentos lindos, y también difíciles, que iba a vivir los próximos meses, años… una vida nueva completamente.

Llegaron las 6 semanas de embarazo y estaba con el corazón a mil. Era el día de mi primera ecografia, día en que sabría cuántos corazones tenía adentro. Confieso que los días previos era una loca en potencia con miles de «y si???» en la cabeza: y si no late su corazón? y si no hay nada y solo fue una confusión? y si está en la trompa? y si no está implantado? y si… y si… y si… al final el día llegó y me acuerdo cómo me desperté ese día. Me vestí como si fuera a conocer al amor de mi vida (mi esposo obvio), me pinté, me planché el pelo y me puse mi mejor perfume. Tenía la cita más importante de mi vida! Iba a conocer el amor de verdad.

Cuando llegué al consultorio me senté, le di la mano a Lalo y simplemente respiré hondo mil veces y conté hasta 100. «Alarcón, Maria Esther»,  me paré como un resorte y entré casi corriendo directo al ecografo. No podía esperar ni un minuto más. Me eché aún temblando de la emoción mezclada con nervios y justo cuando empecé a ver una bolsita negra en la pantalla el doctor me dice «anda al baño. Tu vejiga está llena y no se puede ver muy claro», noooooooooooooooooooooo puede ser!!! dije por dentro. Me metí como cuete al baño y creo que hice la pila más larga de la historia. No terminaba de salir la condenada y yo ya quería verlo todo!

Escuchaba que afuera el doctor, el ecografo y mi esposo cuchicheaban algo que no se entendía. Bueno, me eché de nuevo y empezó todo. Varios minutos de silencio mientras examinaba mil cosas que yo ni sabía qué eran hasta que habló: «este es el bebé1… escucha su corazón», un caballito galopante me decía hola a través de la pantalla. Empecé a llorar de la emoción, un latido que no era el mío estaba ahí! Lo podía ver, lo podía escuchar. Era tan real como yo.

Ni cuenta me di que me había dicho bebé1, solo escuchaba ese hermoso corazón palpitar y palpitar, no podía parar de llorar hasta que por fin entendí todo cuando dijo «ahora vamos a tu otro bebé». Eran dos bebés! El segundo se escuchaba un poco más lejos pero solo era por la ubicación, todo estaba perfectamente bien y sus latidos fuertes, claros y con un ritmo excelente. Bebé1 y Bebé2 tenían corazones, el inicio de toda vida.

«SON DOS???», dijimos Lalo y yo a la vez. Siempre creímos que esa era una posibilidad, pero al menos yo la creía muy lejana, igual él. Si habíamos luchado tanto por un bebé, era posible que Dios nos premie con dos??? Pues sí, la vida a veces es tan sorprendente que una vez más me enseñó que así como te quita, también te da mucho. De eso se trata el vivir, de no reclamar y solo esperar.

Fui al baño a cambiarme, sin poder quitarme la sonrisa de la boca, aún secándome las lágrimas entré al baño dando las gracias. Esas gracias que nunca jamás dejaré de dar cada día que me levante hasta el final de mis días.

«Ya sabíamos que eran dos incluso cuando entraste al baño. Las bolsitas estaban claramente colocadas, hasta el papá se dio cuenta y lo hablamos cuando te fuiste al baño. Además, te dije que yo pensaba que era más de un bebé», me decía el doctor mientras yo trabaja de caer en cuenta que tendría no un bebé, sino dos! No importaban si eran dos hombres, dos mujeres o uno de cada uno. Eran mis bebés sean lo que sean. Mi mente volaba y solo quería salir disparada, abrazar a Lalo y contarle a mi mamá y mis hermanas. A pesar que no les contaba mucho ellas sabían que esto era algo que hacía un tiempo buscaba.

Lo bueno recién empezaba. «Ahora sí, mientras más bebes, más cuidado así que a cuidarse al extremo», me repetía una y otra vez el doctor. Y es por eso que llevé un embarazo «tranquilo», dentro de todo. No me puedo quejar porque nauseas jamás, mareos y vómitos tampoco. A mí me tocaron cosas un poco extrañas que ya iré contando de a pocos. Y bueno, todo fue lindo hasta las últimas dos semanas que «la dulce espera» ya no fue nada dulce para ser sincera.

Nos fuimos a la casa sabiendo que sería complicado pero no imposible. Y comprobé que cuando uno desea con el corazón, todo lo demás (molestias, dolores y males) quedan atrás. Tenía a penas 6 semanas y ya los había conocido. No tenían forma alguna, pero sí tenían vida y eran míos. Mis hijos estaban empezando desde cero a crecer, a convertirse en personitas reales que pronto tomarían decisiones por ellos mismos.

Mis hijitos empezaban a crecer en mi panza, y esa fue la mejor sensación que he sentido y estoy segura que sentiré en mi vida. Yo los cuidaba y protegía. Vivían en el lugar más seguro que existe para ellos. Era simplemente magia. No cualquiera tiene tres corazones en algún momento de su vida…

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Bebé1: Marcel – Bebé2: Naelle

 

20

Dos rayitas azules

Era el tercer día del año y no podía dejar de lamentarme de mi suerte. Una vez más, el sueño de ser mamá y ver las dos rayitas azules en la prueba casera se hacía borroso y más lejano. Salí del baño y llamé a mi esposo para que me ayude a asimilar la noticia: «me vino la regla… tengo algo más que no han descubierto. No puede ser… no vamos a ser papás».

Ya no era necesario esperar al 4 de diciembre para sacarme los análisis de sangre. Era obvio que la regla había llegado y con ella también la mala noticia. Ya era hora de volver a Lima y dejar atrás la celebración del nuevo año en la playa. A pesar que Lalo insistiera en hacernos la prueba, yo no lo veía necesario. Era momento de pasar la página y volver a empezar.

Desde el carro llamé al doctor y fue inevitable romper en llanto mientras hablaba con él:

Doctor, me vino la regla.
– Uy… no te preocupes. Vas a ver que la siguiente de todas maneras sale. Yo te dije que todo podía pasar y que era muy difícil que se lograra a la primera. Hay parejas que lo intentas muchísimas veces de este modo.
–  Yo sé… pero me pone muy triste igual. Hay forma de que me haya venido pero igual estar embarazada? Vale la pena hacerme la prueba?
– Si te ha venido rojo, rojo, no vale la pena… ya la próxima serán buenas noticias. Ven el lunes para empezar nuevamente con todo.

Durante todo el camino hablamos de eso. Yo ya no sabía si quería seguir intentándolo de esa manera o dejarlo simplemente al destino. Si la vida quería que tenga hijos los tendría, y si no, pues hay muchos niños que necesitan una familia, y fue lo mismo que me dijo Lalo. Lo veía tan seguro y tranquilo que me ayudaba mucho escucharlo. Tenía que ser fuerte y levantarme una vez más. Él insistía en que ya no intentemos de esa manera, siempre mencionaba que era un gran esfuerzo y no era nuestra realidad gastar miles y miles de soles en intentos para ser papás.

Al día siguiente, después de una noche casi sin dormir pensando en lo mismo, él me dijo que por mi felicidad y tranquilidad él haría lo que fuera. Agarró su computadora y sacamos cuentas. Lo intentaríamos las veces que yo quisiera. Me sentí muy feliz de estar ambos en la misma página y había decidido dejarlo todo al destino. Si el mes que viene nos daban ganas de intentarlo así nuevamente, así sería y si no, pues ya llegaría el momento.

A pesar de eso, él seguía insistiendo:

– Pero… de verdad te ha venido la regla?
– Que sí Lalo. No estoy embarazada.
– Es que me parece raro porque no te has quejado mucho.
– No. Simplemente ni ganas tengo de quejarme… 

Pero sí, en el fondo ni me había dado cuenta pero no me había bajado casi nada en 2 días. Era una regla un poco rara, pero para mí, era regla al final.

– Enanita, a mi mamá le vino la regla cuando estaba embarazada.
– Lalo, no insistas. No estoy embarazada. Ya me está molestando tu insistencia.

El domingo fuimos a pasar el día a donde mis suegros y de regreso, ya en la noche me entró la duda.

– Paras en la farmacia un ratito?
– Para?
– Quiero comprar algo…
– Pero qué?
– Nada, solo quiero ir a ver algo…
– Pero dime qué!
– Una prueba de orina!!!
– Ya ves!!! Estás embarazada!
– No, yo no creo. Pero tanto insistes que me entró la duda… ya veremos pero sea cual sea el resultado prométeme que haremos como si nada.
– Te lo prometo…

Con el miedo más escalofriante del mundo lo hice. Esperé solo unos segundos y me rendí. Dejé la tirita al lado del lavatorio y salí molesta.

– Te dije. Ahora aguántame! Es negativo.
– Pero por qué! Qué salió?
– Solo una raya…
– Yo veo dos…
– Hay una sola raya Lalo! No insistas por favor!
– Es que hay dos! La segunda es bajita pero son dos! Nos fuimos a dormir prometiendo que sea cual sea el resultado al día siguiente en la prueba de sangre no nos podíamos hundir ni mucho menos. Nos abrazamos y estoy segura que ambos cerramos los ojos con una sonrisa.

Las "rayitas"... y atrás Lalo leyendo las instrucciones por quinta vez

Las «rayitas»… y atrás Lalo leyendo las instrucciones por quinta vez

Al día siguiente (lunes 6 de enero – bajada de reyes), me hice los análisis muy temprano. Fue el día más largo de la historia humana. Los resultados saldrían a partir de la una de la tarde y aún así revisaba la página cada media hora… PENDIENTE… no salían aún. Hasta que el reloj me avisó que la 1 de la tarde había llegado. Y como todo pasa cuando tiene que pasar, la página se colgó. Llamé a la central y me comentaron que se les había caído la red y que los resultados demorarían 1 hora más… GIVE ME A BREAK! No era posible!

Esperé y llamé a Lalo para entrar juntos esta vez. Si él veía que decía 0.11 o algún número menor a 5 quería que él me lo dijera. No quería verlo con mis propios ojos. Pero él no me contestó, estaba en una reunión de trabajo. Lo haría yo sola…

Le di click a los resultados y ahí estaba. Un cuadro con números frente a mis ojos y yo sin querer leerlos. Veía la pantalla de reojo con una mezcla de sentimientos increíble. Luchaba con querer ver y no querer a la vez, hasta que clavé la mirada directo al resultado: 647.90

Fue un momento increíble. Lleno de emoción, esperanza, felicidad pura. Quería explotar y lo hice, llamé al futuro papá y le dije entre lágrimas que ya! Que por fin seríamos papás! Salió de su trabajo y me recogió para ir a la cita. No podíamos creerlo… era real??? No habría visto mal??? Era demasiado increíble haber visto ese número mayor a 5 por fin!

Al entrar al consultorio el doctor me recibió confundido. No entendía mi cara de felicidad cuando hacía unos días le había llorado en el teléfono, «qué pasó? De qué me perdí?». Vio los resultados que le entregué y todo quedó claro. Tenía ya 3  semanas de embarazo y ese sangrado muchas veces ocurre en la etapa de implantación.

Después de muchas indicaciones y una que otra receta soltó esa frase que hasta hoy recuerdo tal cual: «bueno, felicidades futuros papás… y por el número de HCG podría apostar que ahí hay más de un bebe».

Ahora, debíamos esperar 3 semanas más para la primera ecografía y ver cuántos corazones latían junto al mío.

La aventura recién empezaba…

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Antes de los mellis

…continuación del primer post

Había optado por la inseminación, y si hubiera sido por mí en ese mismo momento me la hacía. Pero había que solucionar un problema primero. Tenía un quiste en el ovario izquierdo y este debía desaparecer. No era posible, quería tener hijos y el tratamiento para el quiste era con anticonceptivos! En fin, esperar un ciclo más era como hacerle una raya más al tigre. Empecé el tratamiento y antes de culminar el periodo el quiste había desaparecido. Todo estaba listo para ese siguiente gran paso!

El tema de la inseminación no era tan rápido como yo pensaba. Primero había que esperar estar en el segundo día de regla para empezar con todo. Cómo demoraba la condenada en llegar! Se me hizo un periodo más que eterno. Finalmente llegó y vino lo bueno.

Mi problema primario era que «al parecer» no estaba ovulando de la manera correcta. Pues a pesar que me venía la regla es muy probable que existieran meses en los que ningún óvulo se asomara por mis trompas en el día 14 o 15 como en la mayoría de casos. Es por eso que en estos tipos de problemillas se usa mucho la estimulación ovárica, que no es nada más que un poquito de ayuda para ovarios flojos como los míos.

No todas tenemos la suerte de ser exactas cual reloj, pero este es un ejemplo de ciclo perfecto…

Unas pastillas por 5 días seguidos harían que mis ovarios trabajen un poquito más y así puedan producir más folículos que luego liberarían a los famosos y tan buscados óvulos. Una mujer puede ovular de los dos ovarios a la vez y más de un óvulo por ciclo (de ahí vienen los mellizos, trillizos, cuatri, quinti… y yo me muero un poco de solo pensarlo). Luego de eso vendría el seguimiento: cada dos días ecografias para ver cómo iban esos folículos. Me acuerdo que cada vez que íbamos al consultorio era como estar a punto de ver a mi bebé a través de esa máquina. Deseaba tanto que hayan tres buenos folículos para que por lo menos uno de esos tres pueda dar un buen ovulito que esperaría para ser fecundado. «Parece que vas a dar 2 folículos buenos. Competencia de ovarios para ver cual libera al óvulo primero», me decía el doctor.

Para ayudarlos a crecer un poco más me mandaron algunas inyecciones directo a la panza. Vale la pena unos segundos incómodos, con solo pensar en el objetivo final. Ahora solo quedaba esperar un poco y dejar a los ovarios chambear. «¿Qué más puedo hacer para ayudarlos doctor?», el hombre se reía y me decía que solamente me relaje. Qué difícil! Decirle eso a mi estresada cabeza no ayudaba en absoluto, pero decidí hacer caso. Esos días se hicieron más llevaderos en el spa con faciales y masajitos relajantes.

Poco a poco se acercaba más el día 14 (día en el que yo creía que ya tenía que estar ovulando) pero nada. Mis folículos seguían creciendo pero nada de reventar para liberar al óvulo. Llegamos al día 16 y simplemente quería meterme una aguja y reventar yo misma a este par de pesados. Día 18 y 19 y nada aún. Y como una siempre cree que «San Google lo sabe todo», empecé a buscar y leer casos de folículos vacíos, folículos que nunca reventaban y miles de cosas locas que me atormentaban peor. El doctor me dijo que me deje de cosas y que no me vaya a los extremos. «Hay mujeres que ovulan más hacia el día 21!», me decía. Y es por eso que algunas personas que no son regulares tienen tantos problemas para encontrar bebes, porque ellas piensan que sus días fértiles son alrededor de los días 14 y no es así. Cada cuerpo es un mundo totalmente distinto. Individuales y únicos.

Llegamos al día 21 y ya! Los folículos habían alcanzado su máximo tamaño y y estaban listos para reventar y liberar a los óvulos. Para asegurarnos que reventaran me mandó una ampolla que estimulaba la liberación del óvulo en 24 o 36 horas. A las 24 horas aún no reventaban… yo moría de desesperación y pensaba si así era esta angustiante espera, cómo serían los días para saber si esta vez el resultado sería positivo! A respirar hondo nada más.

El doctor con solo verme la cara ya sabía lo que pasaba por mi cabeza. «Marite está todo perfecto, esto solo quiere decir que hoy en la noche ya se liberan los óvulos. Tú, tranquila». El día había llegado, si fuera el método natural natural, me hubiera dicho que tenga relaciones ese día y el siguiente para asegurarnos que los espermas lleguen a los óvulos y con suerte uno de los dos se logre con éxito. Pero yo quería ir más a lo seguro. Por eso procedimos en ese mismo momento con la inseminación.

Es casi lo mismo, solo que en la inseminación se introduce por medio de una canulita el semen del hombre.  A veces el ph de la mujer es tan ácido que mata la mayor cantidad de espermas que encuentre a su paso. Como dijo el doctor «la mayor asesina de espermas es la vagina». Por eso con la inseminación se asegura que casi todos los pescaditos lleguen a su destino. Y así fueron dos veces: ese mismo día 21 antes de que los óvulos salieran y en el día 22 cuando los óvulos ya estén viajando por las trompas.

Efectivamente, esa misma noche los folículos reventaron. Al día siguiente en la ecografia pudimos ver que esas dos enormes bolitas ya no estaban. Tuve suerte de que hayan reventado los dos, pues algunas mujeres solo dan uno y el otro folículo nunca revienta y se reabsorbe o se vuelve quiste… a más óvulos más chance de que prenda bien y un bebé crezca en la panza. Porque eso sí, no quiere decir que porque una de 3 óvulos vaya a tener trillizos de cajón! No es así.

Fue al finalizar la segunda dosis donde caí en cuenta que estaba todo listo. Ahora solo quedaba dejar todo en manos de Dios. Serían 14 días de espera, una espera que se hizo realmente larga, una espera en la que el año se acabó porque todo esto pasó el 21 de diciembre. El 4 de enero sería la prueba de fuego. Día en que el resultado del laboratorio tenía que salir positivo (un número mayor a ese feo 0.11 que ya me traía cansada).

Llegó Navidad y yo no dejaba de pensar que el regalo más grande del mundo podía estar ya creciendo en mi panza. Era lindo tener ese «gran secreto» en ese entonces entre mi esposo y yo. Éramos cómplices en esta aventura de amor y esperanza, eso nos unió mucho más aún. Conectados al 100% solo esperábamos que llegue ese nuevo año que sí o sí debía empezar con el pie derecho.

Mi esposo y mejor amigo

Mi esposo y mejor amigo

Lo pasamos en familia en la playa, quemando el 2013 que fue un poco duro para nosotros. Pensando en que en solo unos días todo podía cambiar… hasta que el 3 de enero, un día antes de ir a sacarme los tan esperados análisis, mi mundo una vez más se vino al suelo: me había venido la regla…

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Todo comienza aquí

Es realmente difícil empezar a contar una historia que ni yo sé muy bien cómo comenzó, pero como todo en este mundo tiene un principio, empezaré por ahí…

Hace unos dos años aproximadamente, a solo unos 10 meses de habernos casado queríamos ya formar una familia con todas las de la ley. Ser más de dos sentados en la mesa y también, por qué no, más de dos echados en la cama un domingo por la tarde. Fue así como decidimos empezar eso que tanta gente preguntaba incluso antes de casarnos: ¿Y para cuando los bebes?. Según yo, para ya prontito. 

Esas preguntas que al principio eran respondidas con sonrisas y voz relajada fueron cambiando por respuestas secas y de mala gana sin querer. Y es que la gente no lo hace con ninguna mala intención pero pueden resultar incómodas si ya pasaron algunos meses y nada. Fue lo que me pasó a mí y confieso ahora que lo que dicen del estrés, es 100% real. Hice de todo: me bajé las famosas aplicaciones para las fechas fértiles (y encima podía elegir si quería hombrecito o mujercita), termómetro hormonal, tiritas para ver ovulación, y sabe Dios cuantas cosas más. Y… nada.

Ya empezaba a preocuparme y solo iba 6 meses intentando a mi modo. Pero siempre con esa carga adicional de extra estrés que le ponía para hacer aún más estresante la situación. Cada día que se me atrasaba la regla era una luz al final del túnel pero más profundo caía al hoyo al ir a Roe o Blufstein (al costado de mi trabajo para colmo) y esperar los resultados a partir de la 1:00 pm. Siempre a la hora de almuerzo era un moco al abrir la página y ver el famoso >5 en HCG. Era muy doloroso ver que una y otra vez me negaban la chance de ser mamá.

Gracias a Dios tengo un esposo que simplemente es un pan (cuando no lo saco de sus casillas realmente) y su apoyo y positivismo me ayudaban a no caer. Él tenía razón al decirme que estábamos los dos juntos en esto. Fue así como unos meses después empecé a dejarlo todo al de arriba, él sabría cuándo hacerme mamá y no debía renegar en absoluto porque sus tiempos son perfectos, sólo él sabía cuándo me tocaría. No lo demostraba pero seguía preocupada, hasta que pasó un poco más de un año de intentos en total y decidí cambiar de doctor. Una muy buena amiga mía se había tratado con él y simplemente el amor y fe que le tenía me animó a visitarlo.

Siempre acompañada de mi esposo lo fuimos a ver. Su respuesta fue demasiado alentadora, mi edad era lo que más le gustaba y además que un año para él no era casi nada de tiempo de intentos. Pero no era suficiente para mí, quería pruebas YA. Quería que me dijeran que todo  estaba bien adentro mío y que todo estaba en mi mente, y así fue. Desde simples ecografías hasta complejas y dolorosas histerosalpincografías (sí, me aprendí el nombre después de mil intentos) indicaron que no tenía nada de nadita malo. Mi esposo también estaba super apto para ser papá. Es un 50/50 en hombre y mujer y por ambos lados estábamos bien. Solo faltaba una prueba en la que se descartaría un posible pólipo en el endometrio y listo. Se hizo todo lo que se tuvo de hacer y no era el pólipo famoso. Simplemente el diagnóstico fue que no era regular en mis ovulaciones, cosa que comprobé un mes más tarde cuando al hacerme un seguimiento de ovulación resulta que no eran a los 14 días como la mayoría de mujeres sino que era más pegado al día 24. Sí, un ciclo más que largo. Por eso las esperas de la regla se me hacían eternas.

El doctor me dijo que sinceramente él lo intenta de manera escalonada: 6 meses de estimulación ovárica, si no resulta vamos a los 6 meses de inseminaciones y si ya no resultaba íbamos al in vitro. Qué fuerte escuchar ese último escalón, pero lo que me quería decir el doctor era que ahora ya no hay mujer que no pueda tener hijos, no existe la forma porque han inventado mil. Así que cuando me dijo «sea como sea vas a tener a tu bebé yo te lo aseguro porque todo está bien y no tienes nada de nada», me sentí llena de energía y pedí la inseminación en ese momento (ya mismo me estaba echando en la camilla).

A pesar que me insistió con intentarlo por unos meses solo con estimulación y seguimiento yo no quería intentarlo una vez más. Mi esposo insistió lo mismo, pero no. Sería el método más «natural» dentro de todos los tratamientos para quedar embarazada.

¿Quieren saber qué sigue?